El triunfo en Villarreal fue importante, pero más por lo que pudo ser que por lo que fue. El Málaga sobrevivió a La Cerámica y a su ansiedad, se colocó a cinco puntos de la salvación y rezó para nada, porque todos los rivales directos ganaron sus partidos (Racing, Sporting, Oviedo, Leganés...) y la cosa sigue igual, a ocho de la permanencia, pero con menos maniobra. Siete partidos, siete ultimátums.
El duelo en La Cerámica y todo lo que ha seguido después, con las victorias de los equipos de abajo que perjudican y mucho al equipo de Pellicer, puede verse perfectamente como una metáfora de lo que está siendo esta temporada. Dos caras de la misma moneda, esa que es capaz de caer de canto cuando peor sienta.
Los primeros 45 minutos del Málaga fueron sobresalientes. Los mejores de la temporada en cuanto a eficiencia, eficacia, control de la situación, juego desplegado y sensaciones de equipo hambriento. Los 500 malaguistas desplazados estaban frotándose los ojos, disfrutando, sobre todo después de lo que se vio en Andorra, que fue todo lo contrario.
En la primera mitad, los datos hablan por sí solos. Superioridad de principio a fin. Un 61% de posesión con el 86% de pases precisos, nueve disparos (cuatro a puerta), diez centros y una forma integral de atacar: llegaban tres, cuatro y hasta cinco jugadores a finalizar jugada en área contraria.
El Málaga encontró premio muy rápido, en el primer tiro a puerta que fue gol de Chavarría. Después llegaría la maravilla de definición de Rubén Castro a pase de un Febas maradoniano. Fran Villalba, hasta en dos ocasiones muy claras, tuvo en sus botas poner al equipo 0-4. Hubiera sido clave, porque lo que pasó después del descanso fue la dosis de sufrimiento que ya conoce de sobra el aficionado blanquiazul.
Del sol a los nubarrones
Tras el descanso, Pellicer impuso al Málaga el rol de equipo defensivo y los mandó a saber sufrir. Se consiguió, pero no sin sustos por el camino. El equipo pasó de tener el 61% de la posesión en la primera parte al 31%: el balón fue del Villarreal 'B', un equipo que sabe bien cómo tenerla para generar.
Así, llegaría bien pronto el 1-2 de Sergio Carreira que fue canguelo para la afición, consciente de que quedaba media hora por delante para aguantar. Ley del fútbol, alguna iba a tener el filial del submarino amarillo, y fue ahí donde apareció Rubén Yáñez con una parada capital.
El Villarreal 'B' disparó ocho veces, dos a puerta, con dos ocasiones claras falladas, más del doble de pases que el Málaga -342 por los escasos 149 de los costasoleños-. Esta vez, el Málaga tuvo capacidad de supervivencia, se defendió con oficio y jugó bien con los tiempos para quedarse los tres puntos. Esto es la Segunda División. Si no matas al contrario, siempre puede rebelarse.
La primera parte del Málaga fue lo que quiso ser este verano: el equipo que fichaba estrellas del fútbol de plata para luchar por ascender a Primera, que supuestamente tenía mimbres para dominar partidos y delantera con mucho gol. Eso se vendió. Con eso se ilusionó a una ciudad.
En la segunda se vio al Málaga que ha terminado siendo: un equipo sufridor, jugándose la vida en cada acción defensiva, haciendo de funambulista en el alambre, al borde de dejar escapar una victoria que en el primer tiempo tenía en el bolsillo.
El potencial del equipo se vio en 45 minutos, la expectativa, lo que pudo ser y no fue. La realidad asomó tras el descanso, aunque con final feliz. Ahora da igual el cómo y no hay nada que festejar: quedan siete partidos y hay que ganarlo casi todo para seguir optando al milagro. Se juegue como se juegue, solo vale ganar. Por si la moneda vuelve a caer de canto.
Buen artículo y mejor análisis Alberto, pero desgraciadamente para todos "alea jacta est".