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4.200 kilómetros de nada

Basilio García


Entre Bogotá, capital colombiana y sede de la mayoría de los partidos de los cafeteros, y Belo Horizonte, en el estado brasileño de Minas Gerais, hay aproximadamente unos 4.200 kilómetros, con las miles de dificultades que suponen atravesar la vasta y complicada Sudamérica.

Colombia llegaba al estadio del Atletico Mineiro después de dieciséis años de sequía mundialista. Imperdonable para un país tan futbolero y cuna de muchos de los más destacados jugadores de la historia del fútbol. Pero ha merecido la pena invadir el Mineirao con una asistencia descomunal que tiñó de amarillo sus gradas.
Se cumplen veinte años ya de la tragedia de Estados Unidos. El combinado de Maturana llegaba a Norte América con la vitola de favorito. Una generación única que ilusionó a todo el país y que se vio abocada a la decepción con una actuación mediocre. Tanto, que Andrés Escobar fue asesinado a su regreso a Medellín tras marcarse en propia puerta.
Hoy Colombia renace. Pekerman reúne en torno a él a uno de los mejores caladeros futbolísticos de los últimos años. Especialmente en los puestos de arriba, los determinantes. De hecho, el argentino se puede permitir el lujo de, con Falcao lesionado, dejar en el banquillo a los contrastados en Europa Jackson Martínez y Bacca y alinear a Teófilo Gutiérrez. El de River Plate, la sorpresa del once, se lo agradeció sentenciando el choque.
Ojo a los cafeteros. Juntan su gran pegada arriba a la calidad de otros hombres como Cuadrado o James Rodríguez –que dio un recital de enorme jugador en su debut mundialista- y la fortaleza de Carlos Sánchez o Aguilar.
En los mundiales sudamericanos siempre gana un equipo del continente. Colombia acaba de presentar sus credenciales y apunta a revelación. Grecia, por su parte, sigue jugando a lo que le salió bien hace diez años, pero la lotería no suele tocar más de una vez en la vida. Ahora es tiempo de otra cosa, como la que proponen los colombianos.  

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