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El Gaúcho da Copa y su pasión, ya marchitada, por los Mundiales

Gaucho Da Costa y sus hijos en el Mundial de Rusia.
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El fútbol es el único deporte capaz de unir a todo un país, pero también de dividirlo. Un motor idílico para cambiar el mundo, para dejar atrás los sinsabores y recuperar la ilusión a través de una pelota. Un espectáculo que llega a su máximo esplendor cada cuatro años, con la pasión que conlleva un Mundial de Fútbol, donde Gaúcho da Copa es una de las figuras históricas que demuestran lo que supone esta cita para los amantes del cuero y el césped.

La historia de Clóvis Acosta Fernandes es una de tantas des-conocidas que refrendan el por qué el Mundial de Fútbol es la cita más esperada por los amantes del deporte, merced a lo que un hombre puede estar dispuesto para ver a su selección, a su país, a su mayor pasión. Una luz que se marchitó hace tres años pero que vuelve a brillar en el cuarto anillo, desde donde el carioca verá a su equipo en el cielo.

Desde 1990, el Gaúcho da Costa iba a alentar a Brasil a todos los mundiales. Italia 1990, Estados Unidos 1994, donde disfrutó del cuarto mundial de su país, Francia 1998, Corea y Japón 2002, donde también vería el quinto Mundial brasileño, Alemania 2006, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014.

Un total de siete mundiales que tendría un final propio de películas de ficción, siendo en su país, Brasil, el que tantas alegrías le dio, el último en el que vería una cita mundialista. Un camino que empezó en Italia y acabó en su casa, recorriendo el ancho y el largo del planeta con la única finalidad de alentar a los suyos, de disfrutar de la ilusión de volver a coronarse como el mejor país del mundo.

Una travesía que se marchitó en 2015, por el cáncer que acabó con su vida y que terminó privándole de vislumbrar su octavo Mundial consecutivo. Una luz que se marchitó pero que vuelve a recobrar la vida, encarnada por sus propios hijos. Los mismos que ya está en Rusia para rescatar la tradición familiar y con la inconfundible copa y el sombrero del padre, se han presentado en el país europeo para animar a su selección.

Por su país, por Brasil, por el fútbol y por su padre. Pasado, presente y ahora futuro. Una pasión que carece de límites y que vuelve a brillar cada cuatro años, ahora encarnada en la figura de sus hijos. Porque poco importan los colores, los resultados o incluso el lugar de procedencia. El deporte rey vuelve a estar de enhorabuena, pues la pasión nunca acaba.

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