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El fútbol árabe fracasa en Rusia a cuatro años del Mundial de Catar

Una debacle que cobra una mayor dimensión si se añaden dos datos clave más: el de Rusia es el Mundial con mayor presencia de equipos árabes de la historia, y se disputa cuatro años antes de que la gran fiesta del fútbol desembarque en Catar.

La participación de Egipto, Arabia Saudí y Túnez ha sido, además, deshonrosa, como ya han apuntado comentaristas y periodistas especializados de los medios árabes, con amplia presencia en esta Copa del Mundo.

Solo Marruecos se ha librado de las críticas, especialmente ácidas en el caso de la Egipto de Héctor Cúper y la Arabia Saudí de Juan Antonio Pizzi, goleada con estrépito por Rusia en el partido inaugural (5-1).

Los "halcones verdes" del desierto mejoraron un poco la imagen en el segundo partido, en el que cayeron por 1-0 ante la Uruguay de Luis Suárez Edinson Cavani y Diego Godín, pero demostraron que su nivel actual no solo está muy lejos del fútbol de hoy.

También de aquellas buenas actuaciones que la propia selección saudí dejó para el recuerdo en ediciones previas, especialmente en los noventa.

Egipto, uno de los equipos más laureados de África, volvía al escaparate del fútbol mundial, que le ha sido tradicionalmente esquivo -esta es su tercera participación-, tras más de 28 años de ausencia, y con la ilusión desbordada.

Esperanza que se cifraba en tres pilares esenciales: la calidad de sus jugadores emergentes -Ramadán Sobhi y Mohamad Elneny; la consistencia táctica de Cuper; y la impresionante temporada de su estrella, Mohamad Salah, máximo goleador y mejor jugador de la Premier.

Sin embargo, las expectativas egipcias comenzaron a desplomarse mucho antes, durante la final de la Champions en Kiev, en la que Salah resulto lesionado en el hombro tras un controvertido forcejeo con Sergio Ramos.

El delantero del Liverpool emprendió una recuperación a contrarreloj que no le permitió debutar ante Uruguay; y que le hizo jugar disminuido frente a Rusia. Egipto, sin pólvora en ambos partidos, claudicó en el último minuto frente a los sudamericanos.

Y no dio la talla frente a Rusia, que ganó con facilidad por tres goles a uno con un Salah igualmente intranscendente que solo marcó de penalti.

El caso de Marruecos es quizá, el más injusto. La selección bajo el timón del francés Hervé Renard jugó mejor y mereció la victoria tanto en la contienda frente a Irán en San Petersburgo como en la batalla de Moscú con Portugal.

Dominador y vistoso en el choque que abría la competición, perdió en el tiempo añadido gracias a un gol en propia meta tras acorralar a los persas y desperdiciar más de media docena de ocasiones, algunas muy claras.

En la capital rusa la historia se repitió. Los magrebíes fueron netamente superiores a la tibia Portugal de Cristiano Ronaldo, pero malgastaron un número similar de oportunidades que le habrían permitido neutralizar e incluso superar el polémico tanto inicial de la estrella lusa.

Túnez partía en un grupo igualmente complicado, con dos grandes equipos europeos en las primeras jornadas. Frente a Inglaterra se mostró como un combinado inconsistente, titubeante en defensa y tierno en ataque.

Para cuando los norteafricanos quisieron asentarse, ya habían concedido varios ataques y un gol en un rebote a saque de esquina aprovechado por Harry Kane.

Después, fueron capaces de desactivar a los ingleses, empatar gracias a un penalti y llevar el partido hasta el minuto noventa, en el que un nuevo error en defensa permitió al delantero del Tottenham garantizar tres puntos de oro a Inglaterra.

Frente a la apisonadora belga, que este sábado confirmó las credenciales que la colocan entre los favoritos, poco pudo hacer. Menos cuando en apenas 15 minutos, Hazard y Lukaku ya habían besado dos veces las mallas.

Aunque recortó distancias después, en ningún momento pareció que pudiera siquiera asomarse a la remontada. En descargo de los tunecinos, insistir en que llegaron muy disminuidos a Rusia. Sus dos mejores bazas en ataque se quedaron en Túnez por lesión.

Este viernes, otras dos lesiones en el transcurso de la primera parte, añadida a la de su portero titular en el primer partido, mermaron la calidad de su defensa.

Tema tabú, algunos expertos en el mundo árabe se han atrevido a señalar con el dedo la preparación, y el hecho de que jugadores, técnicos, directivos e incluso periodistas, pusieran la tradición y el fervor religioso por encima de la profesionalidad.

Las semanas previas al arranque del Mundial coincidieron con el mes sagrado del ayuno o Ramadán, lo que hizo que los entrenamientos se trasladaran a horario nocturno, con el consiguiente trastorno de los ritmos biológicos.

No solo se vieron alteradas las rutinas de la alimentación y la hidratación, prohibidas para el creyente durante las horas diurnas, también el ciclo del sueño, el descanso y la recuperación de la masa muscular, deteriorada según los expertos.

Una variación perniciosa -en parte fruto de la presión social, de los intereses de los políticos y del entramado religioso- innecesaria, ya que la propia religión musulmana cuenta con mecanismos para adaptar un precepto de origen medieval a los tiempos actuales.

Técnicos y nutricionistas se agarran a la coincidencia de que tanto Túnez como Egipto y Marruecos perdieran en los últimos minutos, cuando las fuerzas comienzan a fallar, y a que Arabia Saudí recibiera dos goles más en el descuento, para colocar la preparación como una de las principales causas del fracaso.

Siete derrotas, solo tres goles a favor -todos ellos marcados por Túnez- y 19 contra a falta del último partido son cifras que magnifican aún más la tragedia y refuerzan aún más la teoría del Ramadán.

Las cuatro selecciones miran ahora la última jornada con el mismo objetivo pero diferente perspectiva. Egipto y Arabia Saudí jugarán entre sí el Volgogrado en busca de una victoria -la primera árabe-, más simbólica que efectiva.

Túnez intentará resarcirse frente a la debutante Panamá, que al igual que "las águilas de Cartago" podría llegar eliminada al día del adiós.

Y Marruecos deberá encontrar la motivación necesaria para repetir las actuaciones previas, certificar que pese a los resultados ha sido la mejor selección árabe, y amargarle la clasificación a la poderosa España.

Todo ello, cuatro años antes de que el próximo mundial se juegue por vez primera en un estado árabe.

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