Moscú, 26 jun .- Acostumbrada a lidiar con los desmanes de la política, tanto propia como ajena, Irán afrontaba el Rusia 2018 con la idea de demostrar al mundo que en el planeta fútbol es una de las selecciones que más han crecido en Asia.
Mucho más y muy por encima de su rival saudí -único equipo árabe en anotarse una victoria en este Mundial- y de otras potencias como Japón y Australia, tradicionales convidados en la liturgia que el balompié repite cada cuatro años.
Asido a la camaleónica táctica y al brillo de Carlos Queiroz, un hombre acunado en templos del fútbol como Old Traford o el Santiago Bernabeu, y sostenido por una generación de futbolistas que mezclan veteranía y juventud, los persas apenas sufrieron para subirse a su segundo mundial consecutivo.
La clasificación se entendió como la consolidación de un proyecto que el preparador luso comenzó a tejer en 2011, cuando desembarcó en la contaminada Teherán como recambio del español Javier Clemente, descartado después de que se negara a vivir bajo la tenebrosa República Islámica.
Brasil 2014 había dejado, sin embargo, un regusto amargo. Los iraníes habían quedado encuadrados en el Grupo F, junto a la favorita Argentina, la siempre potente Nigeria y la sorprendente Bosnia-Herzegovina de Begovic, Pjanic y Dzeko.
Y solo lograron arrancar un empate con los africanos, con sendas derrotas frente a los de Leo Messi y a los balcánicos, con un único gol a favor y cuatro en contra.
Confirmado en su cargo pese a la pobreza del resultado, Queiroz se aprestó a la necesaria regeneración de un bloque que seguía bajo la batuta de hombres como el experimentado centrocampista del Osasuna Javad Nekounam.
Introdujo valores emergentes como el delantero del Rubin Kazan Sardar Azmoun, o el ex del Atélico de Madrid Saeid Ezatolahi, y dio carrete a jóvenes que ya entonces prometían como el atacante del Az Alkmar Alireza Jahanbakhsh, máximo goleador esta temporada de la liga holandesa.
Solventado con cierta facilidad el trámite de la clasificación, lograda a base de rigor defensivo, solidez táctica y latigazos en ataque, la fortuna del sorteo deparó a los persas uno de los grupos más complicados.
La alegría de Marruecos, uno de los combinados más atractivos del torneo. Y dos selecciones con pedigrí y enorme poderío: la Portugal de Cristiano Ronaldo, actual campeona de Europa, y la España de Iniesta, que se adjudicó el cetro del mundo en 2010.
Un reto monumental que los iraníes han superado con sobresaliente y que les ha dejado a una ocasión en el último minuto de obtener la matrícula de honor que habría supuesto el histórico pase a octavos de final.
Irán derrotó a Marruecos sin apenas disparar a portería en el primer partido en San Petersburgo; hizo sudar a España en Kazán y empató con Portugal a un tanto en Sarank tras neutralizar a la estrella lusa y negar así el juego portugués.
Un balance positivo -y agridulce, los iraníes se han quejado con vehemencia del VAR, que le anuló el gol en claro fuera de juego frente a España, le concedió un penalti en contra -fallado por Ronaldo- y otro a favor -anotado por Ansarifard- frente a Portugal y que pintó de amarillo un codazo del luso que parecía de roja.
Que, no obstante, deja numerosos interrogantes sobre el futuro de una selección que con una media de 27 años tiene como objetivo el próximo mundial en el vecino Catar.
Dudas que arrancan en el banquillo, donde no esta garantizada la continuidad de Queiroz, cansado tras trabajar siete años en condiciones muy precarias, y al que sin embargo la federación iraní corteja para que permanezca.
La situación política afecta al desarrollo del equipo y convierte igualmente en un desafío ciclópeo hallar un sustituto de renombre internacional que acepte las draconianas condiciones de la dictadura iraní.
Al escaso presupuesto, que ha obligado al equipo a viajar en vuelos comerciales y condiciones penosas para afrontar partidos trascendentes, se une la escasez de material y la dificultad de hallar selecciones europeas o americanas con las que examinarse a causa de las sanciones políticas internacionales.
Medidas punitivas establecidas por Estados Unidos en la década de los pasados 80, ampliada tras la decisión del régimen de los ayatolá de desarrollar su programa nuclear militar y que hace, por ejemplo, que una compañía como Nike se niegue a vender botas a la selección iraní.
Y es que en Irán el fútbol es una cuestión política -algunos clérigos están en contra del fútbol, que consideran pernicioso para la moral- y la política una cuestión que impide que el deporte del fútbol se pueda desarrollar. Demasiado peligroso para el juego diplomático.