Javier Albisu
Bruselas, 5 jul .- El Manneken-Pis lucirá este viernes la camiseta de los "Diablos Rojos". Habitual de los disfraces, la venerada escultura del niño meón de Bruselas se enfunda la elástica de Bélgica cada vez que juega su selección. Pero esta será una ocasión especial porque Brasil es mucho Brasil.
Brasil son cinco Mundiales, Pelé, y Maracaná. Brasil es Ronaldo, Ronaldinho y Romario. Brasil es la "paradinha" y la "folha seca" y 200 millones de brasileros detrás de la "verdeamarela".
El fútbol lo inventaron los ingleses, pero los brasileños son los que mejor lo entendieron. No en vano, Brasil es el único país que nunca ha faltado a un Mundial y el que más copas ha levantado. La pentacampeona es, sobre todo, fútbol.
Bélgica, en cambio, es una final de Eurocopa en 1980 y un buen portero en los noventa, Michel Preud'homme. Las musas del deporte rey han ignorado durante más de un siglo a la planicie húmeda y sombría que vio nacer a Eddy Merckx, un territorio conocido, sobre todo, por fabricar ciclistas y algún tenista.
Pero este viernes por la noche en Kazan puede cambiar el guión. Bélgica, con una población de 11 millones de personas (diecinueve veces menor que Brasil), nunca había conocido tamaña concentración de talento: Hazard, De Bruyne, Lukaku, Carrasco, Meunier, Courtois...
Una orquesta que fluye al compás de la batuta del español Roberto Martínez. Llegó al cargo hace ahora dos años cuando la federación belga publicó, literalmente, un anuncio de empleo buscando seleccionador.
Roberto "Bob" Martínez ha llevado a Bélgica en volandas hasta Rusia y, ya en el Mundial, ha ganado sus tres partidos de la fase de grupos, contra Panamá, Túnez e Inglaterra, y los octavos contra Japón.
Los "Diablos Rojos", que buscan reeditar una semifinal mundialista que ya disputaron en 1986, ilusionan porque sobre el papel hay argumentos.
Y esa ilusión ha hecho despertar una inusual afección por los símbolos nacionales en Bélgica, un Estado federal que ejerce de sede de las instituciones de la Unión Europea (UE) y en el que conviven dos grandes comunidades que se dan la espalda, la flamenca del norte y la francófona del sur.
Flamencos y valones -que animan a su selección en inglés para evitar conflictos lingüísticos- se están acercando a través de la selección.
Lo apuntaba esta semana un artículo del diario francófono "La Libre Belgique" que destacaba que el partido independentista flamenco NV-A, el más votado del país, ha optado por un "perfil bajo" en estos días de tantas emociones colectivas en torno al equipo nacional.
Y lo dicen también los récords de audiencia que la selección de Bélgica bate partido a partido.
Contra Japón fueron 1,5 millones de espectadores en la televisión pública francófona "RTBF" (79,4 %) y 2,1 millones en la flamenca "VRT" (82,1 %). En total, 3,7 millones de personas, sin contar a las miles de personas que siguieron el duelo en pantallas gigantes instaladas en Lieja, Charleroi, Bruselas o Amberes.
Todo hace pensar que los belgas batirán este viernes un nuevo récord de audiencia televisiva ante la "seleçao" de Neymar.
Y aunque Brasil es mucho Brasil, si finalmente los astros del fútbol se alinean con las llanuras belgas los "Diablos Rojos" podrían pasar la eliminatoria y disputar una histórica semifinal contra Francia o Uruguay.
Y a partir de ahí, suponiendo que Bélgica consiga doblegar a Brasil, que es mucho Brasil, el país de la cerveza, las patatas fritas y Tintin tendrá, licencia para soñar con volver a ver al Manneken-Pis vestido de "Diablo Rojo", en esta ocasión para la final que se disputará en Moscú 15 de julio.
Ya avisó el surrealista belga René Magritte, otro de los iconos de un país proclive a mezclar realidad y fantasía, cuando dijo que vivía "en el mismo estado de inocencia que un niño, que cree poder alcanzar con su mano un pájaro en pleno vuelo".