Mil y una formas de ganar

Álvaro Ramírez IIIEl Betis está imparable. Gana mucho, habitualmente en los últimos encuentros. Pero es que además tiene mil y una formas de ganar. Lo hace cuando juega bien, cuando juega regular y hasta cuando juega mal, como este lunes en Balaídos. El conjunto de Mel tiene el aire a favor y lo está aprovechando. Tanto que las ráfagas lo dejan a las puertas de 2013 con puntuación de Liga de Campeones.

Hay dosis de fortuna en triunfos como los logrados ante el Celta, pero también muchas dosis de pragmatismo, a pesar del flojo encuentro de los de Mel. Es muy destacable que con un Beñat fuera de onda, con un Salva Sevilla plomizo, con un Rubén Castro discreto, con dos bandas sin recorrido y con un juego algo vulgar, el equipo bético sepa llevarse encuentros y puntos como los de este lunes. Sí, hay dosis de fortuna en que Bermejo se tope con el palo a última hora, y en que Augusto la mande a las nubes a un metro de la portería, pero hay dosis de acierto de Adrián y una dosis espectacular de acierto ante el gol, el de Molina esta vez. Y también hay muchas dosis de practicidad, insistimos. Porque el Betis podrá jugar bien, regular o mal, pero siempre está en los partidos, siempre. Siendo peor, difícilmente va por detrás en el marcador, y luego se fía a su tremenda pegada, mortal, brutal. Eso no es fortuna, llegar 0-0 en un mal partido al minuto 80 no es casualidad, es un buen trabajo colectivo defensivo que en muchos partidos permite que los goles que se meten en acciones aisladas valgan puntos, tres en concreto. Eso no es fortuna, es trabajo. Buen trabajo.

Esas son las virtudes, pero lo cierto es que en el partido ante el Celta lo que más hubo en las filas verdiblancas fueron carencias. El centro del campo no existió, y Beñat se borró del encuentro. Estuvo inédito el vasco y el equipo lo notó. No jugó a nada con la pelota. Tampoco es que Salva Sevilla estuviera lucido, más bien al contrario, por lo que de la medular solo se salvo Cañas, impecable, como siempre.
Los jugadores de arriba del Betis también estuvieron sorprendentemente estáticos, previsibles, y eso que en algunas ocasiones tuvieron incluso igualdad numérica ante los defensores vigueses. Pero parecían como pesados, sin ritmo. El único que provocaba cierto desconcierto en el equipo local en la primera parte era Rubén Castro cuando bajaba a recibir o cuando dejaba su puesto de referencia para contactar con la pelota. Del resto, cero.
Pero en todo caso, todas estas carencias verdiblancas se reducen teniendo en cuenta que tampoco es que sufriera demasiado Adrián. Salvo una buena ocasión de Aspas, el canterano casi no tuvo que esforzarse.
En la segunda mitad, con el Celta más volcado, sí ganó protagonismo Campbell con más espacios, porque Mel retiró acertadamente a Juan Carlos por Jorge Molina a las primeras de cambio (56').
Aún así, y con más llegadas al área, solo inquietaba el equipo verdiblanco a Varas a balón parado, hasta que llegó el chispazo de cada día, el tiro mortal, el gol. En este caso en un buen movimiento de Jorge Molina en el área. Sorprendió por bajo a Varas y el Betis se apuntaba el tanto.
En los diez minutos restantes sí que sufrió el conjunto de Mel. Ahí fue cuando aparecieron Adrián, a un remate claro de cabeza, la fortuna, en un par de acciones en el área que los celtiñas desperdiciaron, y los errores locales, porque en esto del fútbol la diferencia está en meterla y para eso hace falta calidad. Con todo ello mantuvo el Betis el resultado, los puntos y la victoria. Una victoria que lo pone en órbita, a 15 puntos del descenso y empatado con el Málaga en puestos de Liga de Campeones. Eso no es suerte, está claro.