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Alberto Tenorio, el último guardián del viejo Gol Sur

Á.B.

Dicen que el Real Betis poco tiene que ver con el fútbol. Que ni siquiera es fútbol. Y probablemente lleven razón. El club de las trece barras podría ser recordado como el del manquepierda, el que no falla cuando uno más lo necesita, el de la idiosincrasia única o el de su gente. El Betis es lo más parecido a la vida. Como Alberto Tenorio, el último heredero de una saga imborrable de beticismo.

Solo hay que vislumbrar su llegada al mundo para saber que le hierve la sangre en verdiblanco. Nacido en el estadio del Patronato, se crió en las entrañas de un Betis campeón al que una guerra le terminó de lastrar sus opciones a base de plomo. En su infancia heredó la cultura del manquepierda, de aquellos que marchaban kilómetros a pie para disfrutar de su única vía de escape. La de un Betis que relegó a un segundo plano el periodo bélico, que venció a los corazones de la gente sin más armas que el sentimiento brindado.
En su adolescencia y con el beticismo impregnado en las venas, aprendió el buen hacer de su padre. El viejo Tenorio. Un histórico del Betis de tercera y segunda división que recogió el privilegio de habitar el Villamarín. Un feudo que jamás abandonó y que custodió en el Mundial del 82 desde las vistas de su furgoneta. Un aficionado más que cumplió su sueño, el de no marcharse de 'su' casa hasta "que tuviera que ir al cementerio".
Alberto Tenorio es un fiel reflejo de la historia del Betis, un espejo para todos los aficionados que han lidiado en el infierno para saborear por segundos la gloria. El que acariciaba cada domingo a un viejo palomar que aún lo extraña. Un bético sencillo, de los que admiran a Andrés Aranda, su propio padre o Manuel Ruiz. El presidente de Alcalá que limpió el barro de un equipo hundido en los 50, no Ruiz de Lopera.
En el olvido quedan ya sus pasadas 90 primaveras, las enseñanzas que crearon escuela y sus paseos por Heliópolis. El abuelo que nunca quiso y siempre fue. El longevo sabio que pasa por unos momentos complicados pero que pudo recibir su homenaje en vida. El de una grada que lo anhela, lo añora y lo quiere. Una afición que supuso su sustento de vida y que no se olvidó de él en su 'penúltimo' gran recuerdo...
 

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