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El bendito romance de la novena provincia

Afición del Betis.
Álvaro Borrego

Al final va a ser verdad que están locos de la cabeza, que puede existir el amor a más de 1.000 kilómetros de distancia, que este equipo juega de local por muy lejos que esté, que la del Real Betis es una religión que hasta los ateos profesan. Calatuña es verdiblanca, gritaban los casi 3.000 aficionados que poblaron las gélidas gradas de Montilivi. Y probablemente lleven razón, pues el de este viernes no supuso más que el enésimo récord de la hinchada en la tierra anhelada, tras los 8.000 del Mini Estadi y los 5.000 de Sabadell, Llagostera o Lleida.

Una vez más no importó el día, el frió ni mucho menos la lluvia. Solo le importó su Betis. El que logró darle el merecido premio de la victoria, que celebraron al término del partido con la plantilla y en una mochila cargada de tres agónicos puntos que logran consolidar al equipo en la quinta plaza de la clasificación y que permiten dar un golpe que puede ser definitivo para estar en Europa el próximo año. El sueño por el que llevan luchando miles de almas tantos y tantos años y que pudo obtener su billete en Girona, en Montilivi, donde miles de aficionados catalanes volvieron a demostrar que no importa la distancia sino el amor a trece barras que encarcelan su bendita condena.
Ya se dijo alguna vez por estos lares, que "dicen que nunca hubo una afición tan convencida y entregada, como la que a su Betis siguió por tierras catalanas. Aquella misma en la que era tal la devoción, que abrazando al 'manquepierda' rechazaron la grandeza de un Barça campeón. Una población a la que no le importan los títulos de su vecino, por muchas noches de gloria que descoloquen sus sueños, pues dicen que el amor es ciego y en esa ceguera va impregnado el verde y el blanco que bombea sus latidos". 

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