El Betis, como siempre ha sido cuando se pierde con el eterno rival, se va al parón liguero en depresión y sumido nuevamente en un mar de dudas sobre la propuesta de su entrenador, Rubi, tras la derrota sufrida en el Benito Villamarín ante el Sevilla (1-2), un golpe al mentón en la autoestima de los verdiblancos y en la fe en un proyecto.
Clasificado en decimoséptima posición con trece puntos -uno por partido- y a cuatro de la zona de descenso que marca el Celta de Vigo, los de Rubi tienen ante sí dos semanas que se les pueden hacer muy largas y durashasta que vuelvan a comparecer ante los suyos el próximo 23 de noviembre ante el Valencia.
Y es que los partidos contra el Sevilla son mucho más porque, a las chanzas del rival, se suman las críticas aceradas de los propios por los resultados y, sobre todo, porque el equipo del de Vilasar de Mar no termina de remontar el vuelo ni parece saber qué quiere ser de mayor, si jugar de una manera o hacerlo de otra.
Rubi había tocado teclas en su esquema, que hacía aguas a la hora de defender -es el equipo más goleado de Primera (23)-, y así había logrado una victoria sobre la bocina ante el Celta en casa (2-1) y un meritorio empate en el Santiago Bernabéu ante el Real Madrid (0-0) que le habían dado oxígeno y margen para su crédito menguado: así llegó al derbi.
La derrota ante el Sevilla se certificó cuando el canario Alejandro Hernández Hernández pitó el final, el principio de todo lo demás. De los análisis y rumiar durante dos semanas una situación que ha vuelto a ser incómoda para el entrenador bético, quien no obstante se ha mostrado seguro de que estará en el banquillo ante el Valencia y que "los dirigentes están convencidos" de ello también.
El presidente bético Ángel Haro y el vicepresidente José Miguel López Catalán, en quien confluyen las miradas tras la salida del responsable deportivo Lorenzo Serra Ferrer, son los que tienen la patata caliente de gestionar una situación muy alejada del objetivo europeo que ambos, junto a Rubi, han recalcado en todo momento.
Vive Rubi en un vórtice desde que llegó el pasado verano desde el Espanyol previo pago de un millón de euros y lo hace, entre otros y nada desdeñables motivos, por la abrupta salida de Serra y por lo alargado de la sombra de su antecesor, Quique Setién, quien no ha dejado de estar presente en los debates abiertos en el beticismo.
Tanto Lorenzo Serra como Quique Setién, guste o no a quienes quieren zanjar este debate sin más, siguen estando en el centro de las conversaciones porque sus salidas devolvieron al Betis a las banderías que tanto han definido y tanto daño han hecho en otras épocas convulsas del club de las trece barras.
Como todo en fútbol, no se hablaría de nada de ello si la pelotita hubiera entrado desde que el proyecto de tres años de Rubi echó a andar, pero no lo ha hecho y el debate sobre la idoneidad de su apuesta ha estado siempre abierto porque el Betis no ha tenido el bálsamo de los resultados nada más que en los dos últimos partidos.
Este conato de recuperación se truncó con la derrota ante el eterno rival. Se ha vuelto a abrir la puerta a los fantasmas, dentro y fuera del club, y lo ha hecho además con tiempo más que de sobra para los análisis de todos los arbitristas que se mueven entre los aficionados al fútbol, con soluciones hasta mágicas.
El propio Rubi, en su análisis postpartido, dio la clave al afirmar que el Sevilla golpeó "fuerte con los dos goles" al Betis, una expresión que trasciende el lugar común y clava el estado del ánimo de la afición bética, aturdida por semejante golpe al mentón de su autoestima.