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Un examen de matemáticas

Carlos del Barco - EFE

Los partidos del Betis se parecen mucho últimamente a esos exámenes de matemáticas de los bachilleratos antiguos, en principio bien planteados y desarrollados sobre el papel, pero que terminaban en la catástrofe del 'cate' porque había un par de signos mal puestos, una derivada mal hecha y 'nimiedades' así que se traducían indefectiblemente en un cero.

Los teoremas indescifrables de las previas, el cartesianismo de los planteamientos, esas claves enigmáticas sólo al alcance de arúspices y toda la retahíla críptica de la nueva jerigonza futbolística no pueden jamás ocultar que el balompié es un deporte en el que gana quien marca un gol más que el rival, 'por lo civil o lo criminal' que decía Luis Aragonés, y que si se empeñan en que sea una ecuación, sólo vale si termina en tres.

Cuando no es una cosa es otra y se podrán aducir malos tratos arbitrales, como el denunciado con el expulsado Nabil Fekir; y esas letanías postpartido, con adormilante son de gregoriano, de 'errores ingenuos', 'desaplicaciones defensivas', 'ocasiones para reducir la desventaja', 'desatención a los detalles individuales', todos signos mal puestos o una integral inoportuna, un cero.

Los jugadores del Betis en las gradas (foto: Kiko Hurtado).

Las miradas perdidas de los pesos pesados del vestuario bético, en la grada y en el campo, son la mejor de las metáforas de la impotencia física, el desconcierto táctico, el estupor y la bajada de brazos ante un cuadro de mandos cuyas luces parpadean todas en rojo en un equipo que miraba a Europa y que hoy lo hace más que de reojo a los puestos de descenso.

La derrota ante el Villarreal (0-2), los cuatro puntos de dieciocho posibles tras la reanudación de la competición y, sobre todo, la sensación de no poder, ni llevar la iniciativa ni reaccionar a la mínima, hacen que el beticismo vea con más que razonable preocupación los ocho puntos que separan a su equipo del Mallorca, que marca los puestos de descenso con 29.

'De padres a hijos, de abuelos a nietos, una pasión llamada Betis'. La leyenda del maestro de periodistas Manolo Ramírez Fernandez de Córdoba que circunda el perímetro del Benito Villamarín habla de la insobornable fidelidad de este equipo a su genética, un ADN de cimas y simas al que responde fielmente por mucho que pasen los años, para lo bueno y para lo malo, para lo mejor y para tirarse de cabeza al callejón.

Joel Robles, portero del Betis (foto: Kiko Hurtado).

Leyendas béticas como Rafael Gordillo o Julio Cardeñosa, dos de las trece barras del escudo, han salido protegidos por la policía del Villamarín poco tiempo después de tocar el cielo y ha habido años en los que lo que parecía imposible se convirtió en realidad paso a paso, despacio, escalón a escalón hasta consumar concienzudamente el petardo.

El efecto Alexis

En decimotercera posición, con los mismos 37 puntos sumados hace tres jornadas ante el Espanyol, el Betis ofrece síntomas más que preocupantes, atenuados si ello es posible por el hecho de que hay equipos peores y en la que la salvación podría estar barata en este año atípico, una conclusión nada matemática porque en fútbol sólo sirve la suma y los demás todavía pueden hacerlo.

Y son los mismos componentes del equipo los que reconocen este estado de cosas que terminó con la destitución del anterior entrenador, Joan Francesc Ferrer 'Rubi', y con el reconocimiento de la gravedad de la situación por su sustituto, Alexis Trujillo, quien ya ha expresado algo más que preocupación por "si el equipo baja los brazos".

Más elocuente, si cabe, ha sido el centrocampista mexicano Andrés Guardado al admitir que "hay que acabar con dignidad, no queda otra" tras la nueva derrota de su equipo ante el Villarreal y que los béticos juegan "bien" pero les falta "poner atención en los detalles individuales", los 'fallitos' de los exámenes antiguos de matemáticas que acababan en cate, la catástrofe estival.

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