Si acaso habrá algún chaval en algún pueblo perdido de Zamora, entretenido con la Playstation y unos torreznos, que no se enterara en el minuto 1 de la segunda parte de que el Atlético de Madrid le iba a ganar al Real Betis en la jornada 7ª de LaLiga Santander. El resto del mundo, nada más volver del descanso, se dio cuenta de que el estilo Pellegrini no iba a dar como para cambiar un resultado de Simeone. Daba igual que quedaran 44 minutos y el descuento; daba igual que el cuadro verdiblanco pudiera seguir insistiendo en el bosquejo de una primera mitad soberbia. Daba igual ya todo, porque los errores tiraron por tierra el estilo.
Un Real Betis aún desperezándose de su bipolaridad de estos inicios de LaLiga Santander y con unas pocas bajas completó unos primeros 45 minutos de esperanza, que es a lo que se aferra el bético. Bien es verdad que no era precisamente el mejor Atlético de Simeone el que estaba enfrente, pero después del vapuleo de Munich no se intuía fácil domar a la bestia rojiblanca.
Y el cuadro de Pellegrini lo logró, jugando bastante bien al fútbol y dominando a un rival que apenas puso en apuros la meta verdiblanca. El chileno pareció haber logrado recuperar el gusto por la pelota de Fekir, pareció haber desatado el verdadero potencial de Tello y, en definitiva, pareció haber hallado el auténtico vellocino de oro del Betis de los últimos tiempos: jugar bien y competir, las dos cosas al mismo tiempo.
Algunos errores individuales de los que hicieron saltar las costuras en Getafe amagaron con chafar el pastel de la buena imagen. No ocurrió hasta el descanso, al que el conjunto bético se marchó dando la sensación de que podía ganar el partido. El traste, el garete, el sumidero y todos esos sitios raros donde acaban yéndose las cosas buenas dieron la cara nada más iniciarse la segunda mitad.
El enemigo está en casa, susurrará muchas noches a la almohada el preparador chileno. Nada más sacar de centro en la reanudación, un Atlético de Madrid endemoniado se fue a por el gol como el que ve el mundo acabarse esa misma noche, mientras los hombres de Pellegrini se perfilaban las pestañas. Media ocasión de gol y un saque de banda que acaba en tragedia: en medio de la contemplación grupal, Marcos Llorente hace que Mandi parezca un caballo percherón y Claudio Bravo, el mejor portero de los que tiene el chileno, decide que lo suyo es ceder su palo para tapar un posible centro.
Se acabó lo que se daba. Los posteriores intentos de Pellegrini por mejorar la propuesta con cambios tampoco arreglaron un panorama que a falta de un cuarto de hora ya se puso negro negrísimo con la expulsión de Montoya. La cosa no fue culpa esta vez de los árbitros, aunque tampoco ayudaron mucho en ese caso en una jugada al menos discutible. Para entonces, ya podía venir el Séptimo de Caballería vestido de las trece barras. Pellegrini sigue trabajando en construir su estilo. A Simeone, mientras tanto, no le hace falta, porque se lleva el resultado.