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Un año desde que el Benito Villamarín dejó de rugir

José Carlos Cuéllar

8 de marzo de 2020, Real Betis-Real Madrid. 50.596 personas abarrotan las gradas del Benito Villamarín. Una entrada de lujo para un partido que lo merecía. Los verdiblancos, duodécimos y más cerca del descenso que de los puestos europeos, recibían a unos merengues que ya estaban a tan solo dos puntos de un Barcelona al que terminarían sobrepasando y que desplazaron a los Ultras Sur a la capital andaluza. Los presagios no eran buenos para los de Rubi, pero acabarían logrando una gesta que nadie esperaba.

Palmerín en los prolegómenos del Betis-Madrid de la 2019/20.

Estaba presente ese aura especial que revolotea por Heliópolis en las citas importantes. Esa sensación que suele tener el aficionado de que su equipo es capaz de lo mejor y de lo peor. La ilusión por hacer de Robin Hood en una liga que ya poco interés suscitaba en la parroquia verdiblanca. El Betis no estaba en un buen momento por aquel entonces, pero al bético solo le hace falta que jueguen los suyos para estar presente. De eso trata el 'manquepierda'.

Así saltaron ambos equipos al terreno de juego, con un himno cantado a capela que erizaba el vello de los allí presentes. En la primera mitad, los verdiblancos fueron superiores y supieron traducirlo golpeando primero con un espectacular derechazo de Sidnei que se colaba en la escuadra de Courtois. Sin embargo, el propio defensa brasileño cometió penalti justo antes de que el colegiado decretase el descanso y Benzema puso las tablas en el marcador.

Tras el revés, el encuentro se reanudó con ambos equipos buscando la victoria, pero solo uno lo conseguiría. Andrés Guardado aprovechó un error en la salida de balón de los 'vikingos' para dar alas a un Cristian Tello prácticamente defenestrado desde su actuación en la eliminación de Copa del Rey ante el Rayo Vallecano. Esta vez no erró, mandó el balón a las mallas de la portería de Gol Norte y el Betis logró los tres puntos.

Con el pitido final llegaba la explosión de alegría en las gradas. Era una victoria que sabía a gloria y que incluso insuflaba esperanzas a los más optimistas. El bético no puede evitar esa sonrisilla cuando su equipo obtiene resultados como este. Tras varios reveses, era hora de disfrutar, de festejar y de intentar acabar la temporada lo más arriba posible. Quizá fuese la primera piedra sobre la que cimentar el crecimiento del club, quizá un acontecimiento puntual que no traería consigo nada más que los puntos. La afición, sea como fuere, estaba dispuesta a celebrarlo.

Por desgracia, ya todos éramos conocedores de ese virus extraño que denominaban coronavirus y que tan lejano nos parecía. "No llegará a España" o "será uno más de tantos", fueron los pensamientos más recurrentes. Nos equivocamos. Seis días después de aquel Betis-Madrid, el Gobierno decretaba el Estado de Alarma con sus consecuentes medidas y restricciones, que cambiaron nuestras vidas drásticamente.

Desde ese momento las gradas se quedaron mudas. El fútbol continuó poco después, pero lo hizo de otra forma: en silencio, frío y solitario. Los gritos retumban en cada rincón, los golpeos de balón se escuchan casi como si estuviésemos a ras de césped y el apoyo a los jugadores se limita a los miembros del club que tienen permitido el acceso. El corazón del Benito Villamarín dejó de latir.

Aquel 8 de marzo el Betis se vio forzado a renunciar a lo más valioso que tiene, pero las gradas volverán a llenarse algún día. No sabemos si antes o después, los béticos volverán a vestir de gala su estadio. Si no se callaron cuando visitaban campos de Tercera, imagínense las ganas que tienen ahora de dejarse la voz. Retumbarán los cimientos del Benito Villamarín y, sobre todo, volverán las grandes noches del Balompié.

"Vuelven las grandes noches del Balompié, rezaba el tifo del Betis-Milan (Foto: Kiko Hurtado).

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