Milagro pospuesto en Ipurúa

El milagro de volver a Europa quedó pospuesto. No se terminó de materializar en Ipurúa porque el Real Betis, como en muchos de los últimos partidos, pecó de piedad ante el SD Eibar. Al hincha verdiblanco le tocará seguir sentándose cerca del desfibrilador hasta dentro de semana y media, con el consuelo de que tiene un entrenador en el que creer.

No les falta ya a los béticos el orgullo por un equipo que merezca defender ese escudo, otra cosa son las alegrías cada vez que juega su Real Betis; no echan de menos la competitividad y el amor propio, ni un grupo comprometido en el que nadie hace la guerra por su cuenta. Les falta la fiesta definitiva, el aleluya continental, pero muchas más opciones habrá no perdiendo casi nunca.

Este pastor no los hace recostarse tranquilos ante el televisor, mientras los suyos hacen su trabajo en verdes praderas, porque no terminan aún de culminarlo. No los conduce aún hacia fuentes tranquilas, pero sí repara sus fuerzas, las que a veces ya escaseaban ante tanto desencanto. Sí los guía por senderos justos, por el honor de su nombre. Pellegrini es su pastor, (prácticamente) nada les falta.

El salmo en la garganta de los béticos

Es el salmo que desgañita la garganta de los béticos, que alaban al Mesías del milagro pospuesto aun sufriendo y rezando para no sufrir más. Porque lo de este Real Betis es un puñetero milagro, no se engañen. Un plantel muy muy parecido al que la pasada campaña hizo el caricato en muchos campos y acabó el 15º a cinco puntos del descenso se está ganando volver a pasear el nombre de Sevilla por el continente, aun a pesar de lo que le está costando ratificarlo. Un equipo que en diciembre aún andaba encontrando su ser en LaLiga Santander, irregular e imprevisible, ha tornado en una tropa más o menos fiable.

Ante el Eibar, se dio otro pasito de tortuga y alguna maldición habrá salido de la boca del bético. A pesar de que no dependerá de sí mismo en los dos últimos partidos, por qué no soñar en esta LaLiga Santander loca, loca, loca. Precisamente ante el SD Eibar, el rival que le dio el último sopapo gordo (el del Levante se quedó en sopapito por la irrupción de Canales) a lo que era aquel Betis. El de ahora, el cuasi milagroso, no es casualidad sobrevenida, sino el fruto del magisterio del Ingeniero y la fe ciega en él de la plantilla y todo lo que la rodea.

Los malos resultados nunca desarbolaron su plan. En Ipurúa, a estas alturas, no iba a ser menos. Y encima Pellegrini se encontró con esa suerte que a los genios suele cogerles trabajando, porque Lainez y Guardado tardaron tres minutos en hacer una cosita muy chingona. A partir de ahí, todo parecía más fácil. Menos difícil, mejor dicho, porque enfrente estaba un equipo revitalizado por los dos últimos triunfos y que se jugaba la mismísima vida. La poca que le queda.

El sufrimiento consustancial al creyente verdiblanco

Mucho más tranquilo pudo haber estado el bético si los de Pellegrini hubieran acertado en alguna de las ocasiones de que dispusieron. Pero no lo hicieron, por lo que hubo que sufrir, como siempre. Algo, por otra parte, casi consustancial a la idiosincrasia del creyente verdiblanco. El Eibar fue apretando cada vez más, estaría bueno con su pescuezo plantado en el agujero de la guillotina.

Con su presión alta y sus centros al área, los locales metieron presión. El Betis aguantó el tipo, que es lo que hay que hacer, compitiendo y buscando la contra con peligro, además de algunos momentos de controlar con el toque. Hasta que en uno de esos centros Sergi Enrich retrasó el milagro.

¿Que debiera haberle metido cuatro al Eibar cuando lo tenía buscando las tablas? Ya, aunque el de enfrente también juega y los de Mendilibar se aferran a la vida. Las dos últimas jornadas dictarán si hay o no milagro y qué grado alcanza. Mientras tanto, el beticismo tiene a su pastor, con el que mucho menos le falta.