Quería hablarles del Betis. Y por qué no, también de resiliencia. Esa aptitud imprescindible para afrontar los obstáculos. La virtud de aprovechar los problemas para crecer y no caer rendidos. Y no quiere decir que no se sufran contratiempos, faltaría más, pero solo los resilientes son capaces de sobreponerse, levantarse y zarandear las visicitudes. A cada ser humano, sin excepción, la vida le pone a prueba. Le plantea situaciones inverosímiles, adversas y particularmente dolorosas. Pero la clave en esta vida, como lo hizo históricamente el bético, reside en caerse y levantarse. Y que les quede claro, no se nace así. Nadie es inmune a los fracasos. Se fragua con los años, a base de golpetazos y crochés al mentón, pero se desarrolla gracias a la voluntad de uno mismo.
Y resiliente ha sido él bético toda su vida... pero ahora saborea mejor la efervescencia de la vida. Hoy se acostará feliz. Y sí, también lo hizo ayer. Así lo viene haciendo desde hace un tiempo atrás. Soñando con lo imposible, con lo que un día le arrebataron. Sin que nadie le regale nada. Marcha con la certeza de despertar y paladear una nueva tarde mágica. Agasajados por el regocijo y el orgullo que brinda el estar representados por once valientes. Tipos aguerridos, ambiciosos y ganadores. Qué bonito suena eso de ganar, por cierto.
Pero la plantilla, la que hoy tantas alegrías regala a los suyos, no es más que el último eslabón de la cadena. El techo de unas obras que llevan forjándose media vida. Porque el bético lleva mucho construyendo su propia fortaleza. Le dieron plástico para revestir las ventanas, barro y no cemento, dormía bajo una techumbre agrietada, caminaba sobre cristales que lo flagelaban y aun así la casa nunca se destruía. El beticismo siempre fue feliz. En la pobreza, con la humildad del que encuentra la divinidad en lo sencillo de vivir. Pero merecía más.
Y en la ciudad de la Esperanza a todo buen hombre le llega, de una manera u otra, lo que merece. El Real Betis mora ahora en una casa de revista. Con la fortaleza del hormigón armado, el confort que imprimen los triunfos, la estética del atrevido y goles como diamantes para adornar su templo. Todo orquestado por el plan de un Ingeniero que roza lo divino.
Hay quien dice que en esto del fútbol no hay justicia. Otros aseguraban que le debían una al Betis. Igual se la están devolviendo. O no. Seguramente se lo haya ganado él mismo. Pero pocos por aquí merecían más satisfacción que lo actual. Nadie lo necesitaba más que aquellos que estuvieron una vida entera luchando. Los que hasta en el infierno encontraban un motivo por el que sonreír.
Porque el fútbol existe por y para los hinchas. Como dijera Bertolt Brech: "Los que luchan toda su vida son los imprescindibles". Y en el Betis los imprescindibles son los suyos. Su gente. Los de toda la vida. Los que lo sacaron del barro. En el amargor de Segunda y el infierno de Tercera. Los que muchos domingos se marcharon cabizbajos, sumidos por la decepción más absoluta... pero nunca se rindieron, jamás lo dejaron de lado, siguieron luchando por él. Contra todo. Contra todos.
Nadie puede predecir el futuro. En mayo la historia será otra. O no. Mientras tanto, disfruten el camino. Olvídense del resto. Y eso sí, sigan exigiendo, sigan queriendo más. En la ambición está el éxito. Ahora saboreen el presente. Bailen, canten, rían y hasta besen. El esfuerzo de antaño bien merece la pena.
Bonita cronica de un buen periodista . Enhorabuena.