Las trece barras del Betis se tiznaron este lunes de negro. Las campanas de la Iglesia de la Magdalena han llorado hoy lágrimas verdiblancas dándole el último adiós. Heliópolis y San Pablo se abrazan en el luto por el fallecimiento de Luis Márquez, uno de los mayores talentos del fútbol sevillano parido y criado en esos dos barrios. El Chúster del Unidad, el equipo del Polígono, mudó su rubia cabellera a la Avenida de la Palmera para liderar a una generación dorada de futbolistas: los niños del Mani.
Germán Baya Ballabriga, El Mani, ya pulía estrellas en el pequeño Maracaná, el descampadito de tierra donde entrenaban los más pequeños de la cantera del Betis junto al estadio, concretamente en la Puerta 19, donde hoy luce el Monumento a la Afición. Vio su talento desde la Puerta de la Carne, como vio el de Cuéllar, como los veía todos. Él y Antonio Quijano, secretario técnico de los escalafones inferiores béticos, lograron que no se lo llevara el Sevilla, lo juntaron con Angelito y montaron un equipo infantil que era la envidia de las canteras del fútbol español.
Los niños del Mani llenaban la ciudad deportiva todos los fines de semana. Los aficionados béticos y muchos de fuera iban a disfrutar de una apisonadora de buen fútbol que fue dejando rivales tumbados hasta proclamarse el 28 de junio de 1987 campeón de España infantil prácticamente con la gorra. Ángel Cuéllar, una quinta inferior, superó con creces la centena de goles esa temporada, pero su instinto asesino se alimentaba de la clase y el talento de un futbolista especial. Patri, que era alevín, ya despuntaba con los mayores.
Los números provocaban tanto miedo como admiración: 35 partidos para 33 victorias y 2 empates. 190 goles marcados y 22 encajados. El cómputo de la final a doble partido se saldó con un 12-2 frente al Racing de Santander, que ya se había llevado diez en la ida disputada en el Benito Villamarín.
Un rubio socarrón, tunante y con mucho arte estaba al frente de esos niños, de esos diablillos del balón. Un corazón gigante y una fortaleza física descomunal movidos por unos pies mágicos. Un centrocampista total que no despuntó más aún en las categorías inferiores de la selección española por las cosas que tiene la vida. Un chaval tocado por los dioses del fútbol que lo hacía todo bien y, sobre todo, que los demás lo hicieran también bien. Un guaperas rubianco que se había criado en la calle y hablaba prácticamente sin filtro. Ése era Luis Márquez, una figura con mayúsculas. "Si al final no llego a futbolista, pues me iré a vender lechugas con mi hermano al Polígono", se le podía oír después de un entrenamiento en aquella ciudad deportiva que hoy languidece en sepia al ladito de la que lleva el nombre de Luis del Sol.
Algunos de aquellos infantiles de Mani se fueron quedando en el camino, pero otros como José Luis, Alberto o Justo siguieron con Luis Márquez y Ángel Cuéllar el camino de aquella generación dorada. En juveniles, se les fueron uniendo fuerzas venidas de Cádiz (Juanjo Cañas, Juan Merino y Juanlu), el País Vasco (Roberto Ríos) o la Macarena (Loreto) para llevarse la Copa del Rey juvenil a las órdenes de José Emilio del Pino: 1990 y un 4-2 a todo un FC Barcelona en el estadio Carlos Belmonte de Albacete.
Luis Márquez era un hombre casi el día después de nacer, aunque futbolísticamente lo era poco después. Y ahí, casi sin pasar por el Betis Deportivo, le llegó el salto al primer equipo, el ascenso en Burgos, la volea ante el Atlético de Madrid, aquel gol al Sevilla y una década defendiendo en la élite la camiseta de su Betis. Sin embargo, por muy buenas tardes que diera, lo visto en esa época no fue ni una leve brizna del talento que ya había mostrado y que atesoraba el jugador nacido en el Polígono de San Pablo.
Si Rafael Gordillo era el vendaval del Polígono, el Chúster del Betis era el Mago de San Pablo. Hoy se ha llevado su chistera y su balón para arriba, donde le espera Quico, otro niño de San Pablo, otro canterano y futbolista del Betis al que la misma puta enfermedad arrancó de nuestras vidas. Allí se reirán con sus cosas del Políngano y viendo a su Betis. DEP, Luis Márquez Martín, que la tierra te sea tan leve como parecía el césped bajo la magia de tus botas.