Por suerte llegó Ramos. Eso pareció pensar Zidane, técnico del Real Madrid, al ver como el central metía el gol del empate. Hasta ese momento su equipo, comandado por un centro del campo desbordado, naufragó en San Paolo.
Ahogados, sin apenas oxígeno, el infierno de San Paolo apretó demasiado y esto provocó que los mediocentros del Real Madrid pareciesen estar sin aire. Sin embargo, no era la presión de la grada, ni mucho menos el humo de un infierno imaginario, la razón de dicha falta de oxígeno se encontró en la pizarra de Sarri. El técnico local apostó por un mediocentro sorprendente. A Hamsik y Diawará, los esperados, se unió Allan. El brasileño, que completó un magnífico encuentro hasta su sustitución, fue uno de los causantes de la superioridad del Nápoles durante la primera mitad. Casemiro, que estaría escoltado por Modric y Kroos, casi fallece en el intento. La fuerte presión sobre su figura, ejercida por Hamsik, Insigne y Callejón a la vez, se veía acompañada de un fuerte marcaje de Diawará y Allan sobre Kroos y Modric. Parecía no haber espacio.
El Madrid promedió menos de un 80% en acierto de pase, algo reflejado en el 76% de acierto en Casemiro, el hombre encargado de sacar la pelota desde atrás. Un dato que chocaba con el 96% de acierto en el pase de Diawará, el pivote celeste. Kroos y Modric tampoco mejoraban sus números y contra los dos disparos protagonizados por ambos, Hamsik ya sumaba cuatro chuts a portería en el descanso.
Por suerte para Zidane, que dejó en casa a Kovacic, una de las posibles soluciones a dicho problema, apareció Ramos. Cuando el Madrid menos dominio tenía en el partido, apareció el de siempre. Sergio Ramos, gracias a su acierto en el córner, salvó a Zidane.