Nada de lo ocurrido en la vida de Julen Lopetegui desde el pasado junio ha sido como esperaba. Destituido como seleccionador español a dos días de empezar un Mundial. Con el crédito agotado como técnico del Real Madrid, con solo tres meses de campeonato, encara su primer clásico. Su última bala.
El pasado 13 de junio era cesado de su cargo como seleccionador horas después de que el Real Madrid anunciase que era el elegido para ocupar el hueco que dejaba la renuncia de Zinedine Zidane. Para Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, era una cuestión de lealtad. Impensable que su entrenador dedicase tiempo de su día en pleno Mundial a la planificación de su nuevo equipo.
Julen, que nunca pensó que se producirían los hechos que de golpe protagonizaba, pasó de vivir el momento más triste de su carrera como técnico al más feliz en cuestión de horas y una noche en la que no pegó ojo. Rodeado de sus seres queridos, en una presentación emotiva en el palco de honor del Santiago Bernabéu, no pudo contener la emoción. Le habían arrebatado un sueño, luchar por un Mundial que llevaba muy bien preparado, y nacía otro, triunfar con el Real Madrid.
La ilusión de llegar a un proyecto soñado por cualquier entrenador pronto se torció para Julen. Su equipo pagaba el desgaste de muchos de sus internacionales en el Mundial de Rusia y comenzaba el curso en la primera final europea que el Real Madrid perdía ante el Atlético de Madrid. La Supercopa de Europa, un título menor, mermaba la confianza de la alta esfera en el nuevo técnico nada más comenzar.
El déficit de títulos del Real Madrid en Liga comparado con su eterno rival, el Barcelona, y la historia firmada en una Liga de Campeones en la que cuatro de sus últimas cinco ediciones fueron conquistadas situando un techo difícil de alcanzar, provocaron que Lopetegui marcase la conquista del campeonato doméstico como el gran reto. Y el inicio ilusionó al madridismo.
Su equipo mostraba un fútbol coral, con protagonismo repartido y liderazgo para Gareth Bale, en un inicio de temporada en el que parecía no acusar el adiós del portugués Cristiano Ronaldo. Tres triunfos consecutivos, dos con goleadas a Girona y Leganés, daban el liderato liguero. Todo se torcía en el primer duelo serio. La primera salida complicada, a San Mamés, donde no pasó del empate ante el Athletic Club.
Ante la Roma firmaba el mejor de sus partidos como técnico. Un 3-0 a un semifinalista de la última edición de la 'Champions' que instalaba la euforia. Tan rápido como se desplomó. Julen comenzó a perder crédito cuando su equipo perdió el gol y fue vulnerable. Una derrota con la peor imagen de la temporada, 3-0 en Nervión ante el Sevilla, iniciaba una crisis de la que busca una salida definitiva en el Camp Nou.
Hasta ocho horas y un minuto sin marcar y cinco partidos sin ganar, cuatro de ellos con derrotas, representaron el desplome del equipo de Lopetegui. Perder en Moscú, ante el modesto CSKA, hizo especial daño. Repetir en Vitoria frente al Alavés y la tercera derrota seguida ante el Levante situaron al técnico al borde del despido sin cumplirse tres meses de temporada.
El apoyo del vestuario es uno de los factores claves que han impedido el relevo en el banquillo. Los jugadores del Real Madrid han mostrado su respaldo a su entrenador. A los capitanes Sergio Ramos y Marcelo les han seguido un buen número de compañeros. Lo que no demuestran en el campo lo han hecho fuera, asumiendo culpas y salvando a su entrenador.
Nadie duda de su pasión por el trabajo, su dedicación en pleno por hacer reaccionar a su equipo, pero hasta el Camp Nou dirige un grupo bloqueado mentalmente que sufre incluso ante el modesto Viktoria Plzen.
Por ocasiones gafado ante el gol pese a las numerosas ocasiones que genera y con un fútbol que perdió su brillantez. El clásico, su primer clásico, es la última bala de Lopetegui. El duelo más grande que puede dirigir un técnico. El de mayor exigencia. El momento perfecto para resucitar o quedar a puertas de un despido anunciado.