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Del liderazgo demandado a la rampa de salida

Bale en el banquillo del Santiago Bernabéu.
Roberto Morales

Gareth Bale se ha convertido en un problema para el Real Madrid. En la temporada que recibió el protagonismo que demandó tras la conquista de la última 'Champions', su rendimiento se ha desplomado, ha acabado con la paciencia del madridismo y está en la rampa de salida con un final ingrato.

Kiev marcó el fin de la 'BBC'. Nunca una celebración de un título en la historia del Real Madrid dejó tantas amenazas de marcha. El primero Cristiano Ronaldo, seguido por Gareth Bale, dos de los pilares del éxito de un proyecto histórico que conquistó tres ediciones de la Liga de Campeones consecutivas.

Más respeto mostró Zinedine Zidane, aunque días más tarde se hacía oficial su salida. La decisión sin marcha de atrás de Cristiano frenó la venta de Bale. Sus declaraciones venían respaldadas por un firme interés del fútbol inglés y clubes de la dimensión del Manchester United.

"Obviamente tengo que jugar todas las semanas. Necesito más minutos. Si no puedo hacerlo en el Real Madrid tengo que pensarlo y decidir mi futuro", dijo Bale en la rueda de prensa en la que recibió el galardón de mejor jugador de la final.

Once meses más tarde su valor ha caído tras una temporada en la que decepcionó. Cuando el club depositó en él toda la confianza, cruzó los dedos para que no reapareciesen sus lesiones, y decidió no acudir al mercado para realizar un gran desembolso por una estrella que completase el ataque.

Ahora, Bale, que siente la ausencia de confianza de Zidane en su regreso, el hastío de la afición madridista que le silba nada más pisar el Santiago Bernabéu, cambia de estrategia y le comunica al club que se quiere quedar. Es la ruta marcada por sus representantes con el objetivo de rebajar el precio de su traspaso, que en el club espera que alcance los 130 millones de euros.

Su valor de mercado, según datos de 'Transfer Markt', es de 80 millones de euros y la lucha entre las partes ya se ha iniciado mientras Zidane descarta que su valor vaya a subir jugando.

Bale ha sido suplente en tres de los cuatro últimos partidos del Real Madrid, suma media hora de juego entre los duelos ante el Leganés y Athletic Club, en el que respondió a los silbidos con un gesto a la grada.

Solo el galés sabe lo que significaba el pulgar hacia arriba que dedicó a la grada en pleno partido, cuando recibió el balón por segunda vez desde su entrada y no se rebajaba la crispación de la afición. Contrastó con el aplauso a Isco Alarcón, al que el aficionado madridista no señala como culpable de la mal temporada.

El desplome de Bale se ha agudizado en 2019. Su triplete al Kashima en las semifinales del Mundial de Clubes fue su último momento de brillantez de blanco. En el primer duelo del año, ante el Villarreal, sufrió una nueva lesión en el sóleo izquierdo. La vigésima novena desde su llegada. Todos sus miedos reaparecían y a su regreso ya no tuvo confianza.

El 27 de enero reaparecía con gol, ante el Espanyol, con Santiago Solari midiendo sus esfuerzos y gestionando la explosión de Vinicius.

Le concedió dos titularidades en ocho partidos hasta quedar definitivamente marcado en los dos clásicos frente al Barcelona que cerraron una temporada sin títulos grandes. Bale fue suplente en el duro 0-3 de la semifinal copera y no aportó nada en su titularidad en LaLiga ante el equipo azulgrana en una nueva derrota.

Tampoco en la hora que participó tras la lesión de Vinicius ante el Ajax. La última bala. La esperanza del madridismo se desvanecía y ninguno de los llamados a ser líderes del proyecto aparecieron ante la exhibición holandesa en el Bernabéu (1-4).

Desde entonces y con Zidane de vuelta, se vive un final duro para un jugador que no cumplió con las altas expectativas marcadas como el sucesor de Cristiano Ronaldo.

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