El Real Madrid continúa recuperando el pulso. Tras la noche negra de París, Sevilla FC y CA Osasuna han servido para respirar y, por si fuese poco, recuperar la mejor versión de uno de sus hombres más importantes: Carlos Henrique Casemiro. El que todo lo para, el que todo lo explica, el que se detiene ante el amor y le dice: "Oye, aquí somos tú y yo".
Porque Casemiro no cree en el amor. Es el amor hecho futbolista: fuerza, calidad, visión, apoyo, compañerismo... Casemiro no se detiene por el amor, él detiene al corazón y, susurrando, le dice: "Por aquí, no".
¿Y qué? Porque el que lee, el que se pone delante del televisor espera ver regates, disparos -con suerte- como Vinícius o estrenos mágicos como los de Rodrygo. Quieren ver las arrancadas de Hazard, los disparos rasos de Kroos o la clase de Karim Benzema. Es lo que gusta en el Santiago Bernabéu.
Pero el que escribe, disfruta, alaba, aplaude y se obsesiona con observar los movimientos de uno de los mejores mediocentros del mundo. Un hombre capaz de equilibrar un equipo, de jugar junto a casi cuatro delanteros y seguir defendiendo. Un hombre capaz de mejorar el rendimiento de un campeón del mundo como Sergio Ramos, de hacer de stopper y en la misma jugada llegar a la frontal para anotar un golazo (¿nadie recuerda el tanto que le metió al Sevilla el pasado año?).
Así es la vida, amigos. Se irán los amores pasajeros, se irán las oportunidades, las noches de gloria, los balones en el centro del campo, los extremos por banda o los centros laterales. Se irán, pero siempre quedará Casemiro.
Quedará el amor -que es Carlos Henrique-, quedará el que ame el espectáculo y el que admire las acciones defensivas. Quedaremos, como siempre suele suceder, tú y yo.