El Real Valladolid y Fernando Calero sabían desde hace tiempo que el boecillano no vestiría la camiseta blanquivioleta en la temporada 2019/2020. Ningún documento lo reflejaba, pero estaba hablado. Los pasos dados por todas las partes eran los propios de una salida pactada. Calero quería dar un salto en su carrera y el Pucela no sastifacía, ni de lejos, sus aspiraciones. Se podría pensar que el Real Valladolid podía haber hecho una apuesta a largo plazo y convertir a Calero en su jugador franquicia, pero la intención en las oficinas del Nuevo Estadio José Zorrilla siempre fue la de conseguir que el traspaso del canterano fuese el más caro de la historia del Club.
Finalmente, y a la espera de que se consumen las variables, Benjamín Zarandona y Víctor Manuel Fernández se mantienen en cabeza de las ventas efectuadas desde Zorrilla, pero los ocho millones de euros eran irrenunciables para un Pucela que acumula una masa salarial más elevada de lo que pueda parecer.
La fórmula que se busca en el Real Valladolid es sencilla: se mantiene un bloque de jugadores productivos, con galones y cuyas posibilidades de rendimiento son de sobra conocidas, para bien o para mal; se hace una mínima inversión por futbolistas a los que se entiende que se puede sacar rentabilidad económica y deportiva, caso de Rubén Alcaraz, Joaquín Fernández, Fede San Emeterio o Álvaro Aguado, y de forma más ambiciosa con Sergi Guardiola o Fede Barba; y por último se buscan cesiones de jugadores que en propiedad serían inaccesibles para el Pucela a día de hoy, como Sandro Ramírez o Enes Ünal. Esas tres vías son las que marcan la planificación del Real Valladolid.
En las oficinas del Estadio José Zorrilla nunca han dudado de la valía futbolística de Fernando Calero, pero a la vez el pensamiento es de que su valor de mercado se ajusta a los ocho millones de euros por los que se ha cerrado la operación. Y se cree firmemente en que los actuales zagueros, especialmente Joaquín Fernández (hay muchas esperanzas puestas en su explosión) y Kiko Olivas, pueden cubrir perfectamente el vacío que deja Calero, con Javi Sánchez como opción de presente y Mohamed Salisu de futuro.
La oferta de renovación a Calero existió, pero fue de alguna forma fingida. Estaba muy lejos de lo que ahora cobrará en el Espanyol y por debajo de lo que perciben varios jugadores del Pucela. Era una propuesta de cara a la galería y asumiendo el no por respuesta. Un sí hubiera trastocado los planes.
En el Real Valladolid siempre se han preguntado por qué otros clubes tienen una suma facilidad para vender por elevadas cantidades que muchas veces sorprenden y en Zorrilla apenas hay traspasos jugosos. Se quiere que eso cambie, y los ocho millones de euros son irrenunciables para el actual proyecto. El Pucela ha preferido en todo momento traspasar a Calero a hacerle el jugador franquicia del club, una dolorosa realidad para equipos del perfil del mismo perfil, que se mira en el espejo de gestiones como la de la Sociedad Deportiva Eibar y que sueña con que dentro de unos años pueda estar al nivel del RC Celta, el Getafe CF o incluso del propio Espanyol.