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El Sadar, un infierno para el zaragocismo

Manu González

No se le da muy bien Pamplona al Real Zaragoza. Si en territorio aragonés la dominio zaragocista ante los navarros es históricamente muy superior (28 victorias, siete empates y ocho derrotas, cinco de ellas en este siglo), en Navarra la situación es muy distinta. 24 derrotas, 10 empates y ocho victorias en los 42 partidos que han jugado. Números muy pobres para un equipo que casi siempre ha estado por encima de sus vecinos pamploneses. En las últimas décadas la situación es incluso peor. Desde 1985, sólo dos triunfos en 22 partidos para los blanquillos, por 0-1 ambos. Y es que el Sadar es un auténtico infierno para el zaragocismo.

Aún hay más. De los 42 encuentros ligueros disputados en tierras navarras entre estos dos equipos, los aragoneses sólo han logrado marcar en 22 de ellos. Es decir, desde que ambos jugaron en la temporada 34/35 por primera vez en partido oficial (en Segunda división con victoria rojilla por 6-2) el Real Zaragoza se ha quedado sin ver puerta en el 52'4% de las veces. En la categoría de Plata, sólo ha logrado dos victorias en diez partidos, en 2015 (aquella temporada Osasuna se salvó de manera agónica de bajar a Segunda B) y un 1-2 en el año 1950. Números que asustan.
En esta última estancia del equipo aragonés en Segunda los precedentes no son tan malos. En 2015, con Ranko Popovic en el banquillo, se venció por 0-1. Fue un partido aplazado entre semana por la nieve, en el que Ruiz de Galarreta fue el goleador. Aquel fue el Zaragoza que se quedó a las puertas de Primera ante Las Palmas. Destacaban Jesús Vallejo, Eldin Hadzic, Borja Bastón o Pedro. La temporada siguiente, con Lluís Carreras a los mandos, se empató a uno. Manu Lanzarote marcó un golazo a pase de Culio y el central David García puso la igualada.
En la Romareda, asoman dos empates a uno y una derrota por la mínima por 0-1 desde el descenso de 2013. Este es otro dato a tener en cuenta: tanto en casa como fuera, han sido partidos con muy pocos tantos. Y es que el Osasuna, contra el que se juegan partidos de gran rivalidad en la grada y en el campo (que muchos consideran derbis), es un hueso muy duro de roer que con frecuencia se le atraganta al zaragocismo.

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