Eran las cuatro de la tarde. Un domingo de finales de febrero con sol radiante y una temperatura que parecía anunciar la llegada de la primavera al estadio de La Romareda. A lo lejos, los ecos de una extraña neumonía que llegaba desde China y a la que, por entonces, no se le daba apenas importancia.
Las gradas del coliseo zaragozano se poblaron en el duelo entre dos históricos venidos a menos. Con el Real Zaragoza lanzado en su camino hacia Primera y el Dépor enrachado en la vuelta de Fernando Vázquez en busca de salvar la categoría. Nadie sabía por entonces el privilegio que supondría para aquellos 28.098 espectadores tener la oportunidad de acudir al estadio esa tarde.
No fue fácil, pero los aragoneses consiguieron la victoria, 3-1. Una semana después, en Málaga, repitieron, y el ascenso parecía rozarse ya con la punta de los dedos. Entonces llegó el fundido a negro. Una realidad quedó atrás y otra comenzó a fraguarse. Durante meses el virus lo conquistó todo y al resto apenas le quedó la opción de confinarse.
Para cuando regresó, el fútbol ya no era fútbol sino otra cosa. Estadios vacíos en los que se escuchaba hasta la más profunda respiración. Un contexto diferente en el que el Real Zaragoza no supo desenvolverse, lo que le costó la opción de un ascenso que, seguramente, nunca tuvo tan cerca.
Poco a poco, y en buena medida gracias a las vacunas, la situación ha podido ir restableciéndose. Con el inicio de la temporada comenzaron a abrirse las puertas y, pese a las últimas oleadas, los aforos se han ampliado hasta el 100% que se estrena con este mes de octubre.
Un año, siete meses y ocho días después, toda una condena, al fin el estadio de La Romareda podrá volver a llenarse para acoger un partido del Real Zaragoza. Duelo, otra vez, en el que se verá las caras con un histórico, en esta ocasión el Real Oviedo, y en el que, como hace 587 días, tratará de obsequiar a la afición con una victoria que permita seguir soñando con que el ascenso es posible. Porque de la unión de equipo y afición recuerda que Zaragoza nunca se rinde.