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La final de la casta y el coraje, la final blanca y roja


Cuando Diego Forlán marcó, en Anfield, el gol que dio al Atlético la posibilidad de jugar la final de la Liga Europa, cuando el uruguayo volvió a marcar en la prórroga de la final en Hamburgo ante el Fulham, la afición colchonera experimentó un éxtasis y una euforia sin parangón en 14 años, los que llevaba el segundo equipo de Madrid sin levantar un título. Ese éxtasis es el que quieren vivir esta noche de nuevo los atléticos, porque tocaron entonces el cielo y quieren volver a repetirlo. Es lícito y hasta bonito.
 
Cuando esta noche, a las 21.30, Andrés Palop encabece a los once sevillistas que salten al césped del Camp Nou, las 33.000 gargantas blancas y rojas, que no rojas y blancas, que estarán en las gradas del Camp Nou tendrán la sensación de estar viviendo algo repetido, conocido, familiar. Y durará un segundo esa sensación, al siguiente esas 33.000 gargantas blancas y rojas olvidarán el pasado, olvidarán el futuro y se romperán en grito apoyando a un equipo que cada vez que juega una final juega su final. Porque el Sevilla desgrana su grandeza en el ansia de la misma, en la fe que incluso en los peores momentos, como los atravesados esta temporada, supera cualquier obstáculo para materializarse en objetivos, en ilusión, en alegría. En la casta y el coraje, en definitiva. 
Los atléticos tienen en la memoria los goles de Forlán, paladean aún las mieles de Hamburgo y sueñan con un doblete. El Sevilla ya no tiene en la boca ese regusto dulce, pero tiene en la memoria reciente su grandeza, tiene en su memoria reciente ese rodillo que aplastó al Middlesbrough, ese engranaje perfecto que ridiculizó al Barcelona, ese espíritu batallador que sobrepasó al Español, esa experiencia sufrida que pasó por encima del Getafe, esa brillantez exultante que explotó en el Bernabéu, e incluso esa dignidad en la derrota ante el Milan. Todo eso es el Sevilla FC. Y todo eso, mezclado con este nuevo Sevilla, venido quizás a menos, con más años, con menos estrellas, con menos plantilla, pero con fe, la fe que ejemplificó Rodri el pasado sábado y la fe de la que tendrá que tirar esta noche ante el Atlético. 
Y no porque sea peor que el Atlético. Al fin y al cabo se enfrentan el cuarto de la Liga con el noveno (16 puntos de diferencia), sino porque llega en peor momento, y eso es una realidad. EN primer lugar por las bajas. Ni Drago ni Sergio Sánchez ni Acosta ni Fazio ni Fernando Navarro, ni sobre todo, Luis Fabiano. Hasta siete futbolistas de peso en la plantilla que no estarán en el césped del Camp Nou. Y lo dicho, todo ello se suple con fe y con NEgredo, que finalmente podrá jugar gracias al indulto del Comité de Competición. Rodri, Luna, José Carlos, Cala… todos ellos están en la expedición.  
Otra debilidad clara de los sevillistas es el estado físico. Han jugado más partidos esta temporada los colchoneros, pero llegan mejor de forma. Aquellas tormentas de la mala preparación física trajeron estos lodos del cansancio en un día tan señalado. 
Por su parte el Atlético tiene todo lo que tiene que tener, Agüero, Forlán, Reyes y Simao como estiletes. Más débil anda por atrás y por ahí es por donde debe buscar el Sevilla el partido. Álvarez, ante la ausencia de Luis Fabiano, dará salvo sorpresa la delantera a Negredo y Kanouté. Las otras alternativas tienen como protagonista a Rodri o a Renato como mediapunta, con Romaric o Lolo en la medular junto a Zokora. 
Poco, o mucho más, se puede decir sobre una final ideal, entre dos grandes equipos, entre dos pasionales aficiones. Sólo falta que eche a rodar el balón en ese marco incomparable del Camp Nou, y que el Sevilla imponga su calidad, su casta, su coraje, y su fe.  
 

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