Sirvió este V Trofeo Antonio Puerta para constatar que también en el seno de la afición sevillista hay una amplia mayoría que condena y reprueba ciertos comportamientos, como el de acallar las palmas de ánimo de la gran mayoría de la afición durante el partido o el de 'enturbiar' vídeos de homenaje y tan emotivos como los que se emitieron este miércoles en recuerdo al 'Eterno 16'.
El asunto tiene muchas aristas y vertientes. Muchos sevillistas, ultras o no, se quejaron del trato recibido en el gol norte, de las vallas que en algunos casos impiden una buena visibilidad del terreno de juego y de los cacheos antes de entrar en el estadio.
Por otra parte, otros muchos sevillistas se han quejado del comportamiento de cierta parte de la afición del gol norte, cuyo comportamiento en fases del partido fue bastante cuestionable, sobre todo callando al resto del estadio cuando pretendía animar.
El caso es que entre las medidas del club y el comportamiento de los aficionados debe encontrarse un consenso entre seguridad, erradicación de los violentos y un buen trato al socio común, así como el respeto por el equipo y la afición sevillista. La cuestión es si para lograr ese punto de acuerdo y beneficio para la entidad habrá que perjudicar los derechos de otros socios, sevillistas como el resto, en pos de un bien común. La solución está en encontrar un límite razonable a ese perjuicio, y eso no es nada fácil.
Por el bien común en algunos casos se pueden llegar a soliviantar derechos individuales. Pasa cada día en los aeropuertos, por ejemplo. Se supone que en aras de esa seguridad y ese bien general están justificados y respaldados legalmente.
En el caso de los estadios de fútbol, tanto la FIFA (Reglamento de Seguridad) como la UEFA (Normativa de regulación de los estadios de fútbol de 2010) facultan a las autoridades locales y a los clubes a utilizar ciertas medidas de seguridad extraordinarias para erradicar comportamientos violentos, siempre que no solivianten otras regulaciones. En el caso del Sevilla, y atendiendo a los reglamentos ya citados, acaso solo se le puede achacar perjudicar la visibilidad de algunos asientos. Legalmente, pues, y en la amplia mayoría de las medidas, el club puede acogerse a la legalidad, que permite vallas que no sean superiores a 2,20, fosos que no superen esa medida y que solo pone trabas a obstaculizar las salidas y pasillos de emergencia, a ciertos materiales de vallas publicitarias y a un excesivo número de asientos en algunas zonas del campo.
Pero, evidentemente, algunos socios se sentirán perjudicados por estas medidas, aunque en su mayoría puedan ser legítimas.
Estos aspectos son difícilmente irreconciliables, el bien general y el individual han estado reñidos toda la historia y no van a ser ahora un club de fútbol ni una afición ni un grupo de radicales quienes vengan a solucionarlo.
La misma legitimidad tienen pues los aficionados perjudicados para quejarse que el club para tomar las medidas. Y que la normativa, según los casos, decida.
Así deberían resolverse pues estas disyuntivas. Una fórmula mucho más lógica que la de empañar momentos emotivos de la historia ya no de un club, sino de una afición como la sevillista.