Álvaro Ramírez IIIEl Sevilla ha rescatado un punto del partido ante el Español que es del todo insuficiente por lo pretendido antes del partido, pero al menos apaciguador viendo lo ocurrido en Cornellá, donde Muñiz Fernández ofreció un auténtico recital de mal arbitraje, de pésimo arbitraje.
Ciertamente, en un encuentro tan determinado por la actuación arbitral las valoraciones futbolísticas, que también las hay, cuentan con menos peso. El Sevilla volvió a tener errores, muchos de ellos de concentración, que le complicaron el partido. Se lo complicó el absurdo penalti de Fernando Navarro y se lo complicó el té y las pastas que parecía esperar Fazio en el remate de cabeza de Simao.
Pero ni punto de comparación tuvieron estas trabas con las que le puso Muñiz Fernández en un nefando arbitraje marcado por una jugada realmente escandalosa, la expulsión de José Antonio Reyes.
Resulta que el asturiano sacó la segunda amarilla por sacar una falta. Le relatamos lo ocurrido. En una falta directa cercana al área, Reyes coloca la pelota, Muñiz Fernández pita el saque de la misma y mientras el sevillista, concentrado en el lanzamiento mirando al suelo, se preparaba, el colegiado indica con las manos que frene el tiro de la falta mientras charla con dos jugadores a los que les pedía calma. Reyes no lo ve, ni tiene obligación de verlo, pues ya había pitado, y saca la falta. El árbitro le muestra la segunda amarilla por un ataque de amnesia repentina, porque se supone que olvidó que había pitado.
En fin, un galimatías escándoloso que Muñiz resolvió no solo no solventando su tremendo error, sino acrecentándolo.
El mal arbitraje alcanzó su máxima expresión en este momento, pero apuntó maneras durante todo el encuentro, con un penalti a favor del Sevilla inexistente, el que supuso el 1-1, una agresión de Héctor Moreno a Spahic obviada y decisiones inexplicables, como unas manos en las postrimerías del partido cerca del área local que ni pitó el colegiado.
Fueron muchos los impedimientos de Muñiz, que tiene antecedentes con el Sevilla (todavía recuerdan los sevillistas la que les armó en ciertas eliminatorias de Copa en Pamplona), puso en el camino. Y los que no puso, ciertamente se los fabricó el conjunto nervionense, que empezó bien, cierto, pero que tiene en sus genes una fragilidad digna de estudio, la que permite que los rivales, sin casi esfuerzo, se adelanten en el marcador.
Con todo, con el 1-0 el Sevilla logró empatar y luego intentó atemorizar. En esas estaba cuando Muñiz sacó a relucir su silbato que suena para todos menos para él.
La segunda parte, con uno menos ya, pero con empate, se atisbaba difícil, pero posible. Pero entonces llegó de nuevo la fragilidad y la debilidad nervionense en un saque de esquina que Fazio observó como espectador privilegiado mientras Simao remataba solo.
El Sevilla no perdió la cara al choque. No lo hizo porque Rabello mejoró a un inconstante Perotti, porque Kondogbia, pese a toda la tormenta que dejará en segundo plano su actuación, hizo un buen partido, porque Rakitic sigue estando un punto más por encima de sus compañeros y porque Negredo, quién si no, salió al campo por un inoperante Babá y cazó la que tenía que cazar, la que dio el empate al Sevilla en el minuto 90.
Un punto del todo insuficiente antes del partido, insuficiente también después, pero digno y compensatorio tras el desarrollo del encuentro que planeó un mal árbitro, capaz de cargarse partidos y determinarlos hasta dejar, por un día, en un plano más secundario los análisis futbolísticos.