Diez años después, este mismo sevillista ha dejado de ser penitente y en Italia ha vivido su sexta final continental. Sexta. Se dice pronto pero se tarda algo más en asimilarlo. Y todavía le resta al menos una más con seguridad, en agosto y en Cardiff. Definitivamente el Sevilla se ha impregnado de la cultura ganadora que sólo unos pocos elegidos han visto de cerca y han protagonizado. Durante la previa en los Giardini Reali otro sevillón de los de toda la vida me confesaba: "me da la sensación de que no hay el mismo ambiente que en Eindhoven. Entonces todos pensábamos que aquella oportunidad iba a ser una vez en la vida y que no se iba a repetir. Ahora parece que nos hemos acostumbrado, como que falta el pellizco de cuando se pierde la virginidad. Y no sé si eso es bueno o malo...". Me quedé rumiando el argumento mientras contemplaba en el estadio cómo el sevillismo digería un partido que se puso cuesta arriba y que siempre estuvo en el alero. Aplomo puede ser el concepto, quizás experiencia. Lo cierto es que tras el penalti de Gameiro no se produjo la explosión que se detonó tras el pitido final contra el Middelsbrough. Simplemente porque eso es imposible. En cierto sentido fue mejor, mucho mejor. Es como el sexo del que ya sabe de qué va el tema y conoce al dedillo cuándo y cómo debe disfrutar. Eso sólo tiene un nombre y se llama grandeza.
El artículo empieza mu bien "La máquina del cambiazo es sevillista". Cambiazo o mangazo que es como ganan las copas. Mangando y robando en liga, en copa, en uefa y en pretemporada. Pero ya no queda mucho para que desaparezcais.
Muy bueno, enhorabuena!!