El Sevilla ha logrado un meritorio, valioso y puede que trascendental empate ante el Barcelona en el Sánchez Pizjuán, que de paso se mantiene como un único estadio invicto de Primera. No es moco de pavo haber resistido el envite, por momentos poderosísimo, de este Barcelona. Ni mucho menos. El conjunto de Emery, claramente superado en la primera parte, reaccionó en la segunda con la fe y la pelea como principales argumentos y acabó sacando un punto con el que pocos contaban, no ya antes del partido, sino en el minuto 30 del mismo.
De una primera parte de claro color blaugrana, el Sevilla supo cambiar el cromatismo del partido en la segunda. Tras muchos desajustes en la primera, la zaga se amarró los machos en la segunda; imprecisiones continuas de inicio se convirtieron en incisivas contras en la segunda (he ahí el gol de Gameiro); los rondos culés en el centro del campo pasaron a ser ataques inocuos que desembocaban en buenas acciones defensivas; el agotamiento mental se transformó en frescura, incluso desde el banquillo, con cambios maestros de Emery. De un Sevilla superado, a un Sevilla superior, capaz, incluso, de remonatar un 0-2 ante un todopoderoso Barcelona, un todopoderoso líder que no pudo sumar los tres puntos en Nervión.
La primera parte fue casi plenamente azulgrana, exageradamente azulgrana. El balance de la posesión llegó a alcanzar el porcentaje de 20%-80%, lo que daba buena cuenta de qué iba el partido. El Barcelona se tomó en serio el partido, muy en serio. Afrontó el encuentro como uno de esos claves en la temporada que no se pueden dejar ir. Y transmitió ese mensaje al Sevilla y a un Sánchez Pizjuán repleto desde su primera posesión.
Messi asumió el mando, Neymar desequilibraba y el Barcelona combinaba. Recordó por momentos, por la circulación del balón, al mejor Barcelona de Guardiola. El Sevilla no sabía donde estaba la pelota. O se la escondían o la movían con rapidez los azulgrana. A esta superioridad ya patente sobre el césped se le sumó que aquellas parcelas del juego en las que se le podría presuponer al Sevilla cierta competitividad, balones divididos, juego aéreo, contragolpe... también era inferior.
Y cuando estas cosas pasan con el Barcelona es casi imposible que no tengan reflejo en el marcador. Sobre todo cuando Messi se queda en el área con posibilidad de disparo (minuto 14, 0-1), o cuando el equipo nervionense concedía faltas al borde del área (Neymar, m. 31).
En resumen, el Sevilla, con las líneas demasiado atrasadas pero y descosido por la rápida circulación de la pelota, sufrió un señor repaso futbolístico en casi toda la primera parte... Casi. Porque en el minuto 37, y aunque antes había tenido el Sevilla una ocasión con Iborra, el equipo de Emery logró empatar el partido en su primer disparo a puerta, lejano, de Banega. Bravo llegó a tocar pero no a impedir el golazo del argentino.
Y lo que es el fútbol, si el mismo Banega no se duerme, casi en la jugada siguiente el Sevilla podría haber igualado el partido con apenas dos minutos buenos. No llegó porque tardó al rematar, pero al menos los hispalenses se marcharon al descanso con la sensación de poder demostrar que eran más que esos serviles corderitos al servicio del matador Barça.
Y desde luego en la segunda parte sí que demostraron ese Sevilla combativo y competitivo guardián de Nervión. En realidad, en la segunda parte el conjunto nervionense llevó a la práctica lo que hubiera querido plasmar desde el principio del partido y no pudo o bien por la majestuosa precisión del Barcelona o bien por la imprecisión sevillista con la pelota y la falta de intensidad sin ella. El caso es que, algo más desaparecido Messi, mejor posicionado el equipo hispalense y trazando mejor las posesiones, sobre todo con Banega, el dibujo del partido cambió. Ya no era un Barça arrollador ante un Sevilla pusilánime. Ya era un buen Barça ante un corajudo equipo nervionense que robaba (enorme Aleix Vidal), circulaba cuando podía y pisaba área. Los remates fallidos de Bacca dan prueba de ello. Quizás no con demasiada claridad, pero sí al menos con mejor posición para hacer daño. También lo hacía el Barcelona, que tuvo una clara ocasión en esta segunda mitad primero por medio de Iniesta, que salvó Rico, y luego por medio de Suárez, que la echó alta.
Pero el Sevilla se mantuvo vivo. Y coleando. Peleando cada balón, a veces corriendo detrás de él sin esperar fruto, pero con fe. Esa que puede convertir un rebote en la frontal del área, un rechace, en una ocasión. Ese es el Sevilla, con fe para recuperarla, calidad para circularla y darla en ventaja, la de Reyes, resistencia para pegar un esprint de 60 metros en el minuto 80, la de Aleix Vidal, y la pegada para perseguirla y marcar para coronar una gran remontada. El gol, de Gameiro, a falta de siete minutos para el final, premiaba la reacción de un equipo casi moribundo en la primera mitad, un equipo que adquiere hechuras de experto incluso cuando parece noqueado, un equipo que supo sufrir, aguantar y reaccionar ante un Barcelona que venía a Nervión a por la Liga. Pero Nervión nunca muere, el Sevilla tampoco. Tiene fe, incluso para resucitar. Y eso es lo que hizo el Sevilla ante el Barcelona, lograr un punto de la supervivencia que vale más de lo sumado. Su valor puede ser incalculable.