Un Sevilla de colores

Un buen pintor, un buen arquitecto, un buen doctor, un buen cocinero, un buen piloto... será aquel que sepa manejar varias técnicas de color, de material; aquel que sepa diagnosticar y curar diferentes enfermedades; aquel que maneje con soltura las diferentes corrientes culinarias; aquel que sepa navegar con diferentes modelos y maquinaria. Y un buen equipo de fútbol será aquel, seguro, que sabiendo jugar de una manera, teniendo un patrón y un modelo de juego, maneje diferentes registros y fórmulas para sacar partidos adelante, para sacar puntos en diferentes condiciones. Eso demostró el Sevilla en el siempre difícil estadio de Ipurúa, ese mismo débil que se desmorona en sus gradas, literalmente. En Éibar ganó un partido de forma seria, firme, ganó poniéndose el mono de trabajo y mostrando un registro más en su paleta de colores de fútbol.

El Sevilla, sin tanta brillantez, pero con la misma contundencia, venció a un peleón Éibar y ha firmado un mágico nueve de nueve en esta aceleración del calendario liguero, en dos partidos fuera de casa y uno dentro... ante el Real Madrid. Además, ha logrado un balance de 12 goles a favor y tres en contra en los últimos 7 días. Y claro, con esos números se ha metido en todo el meollo de la cabeza de la clasificación.

La primera parte fue de las de brega, de las de pelea, de esas incómodas que entra en los cánones de un partido en Ipurúa ante el Éibar. Faltaban la lluvia, la tempestad y una mayor cantidad de barro para cumplir con el estereotipo de partido en la localidad guipuzcuana. La realidad es que el Sevilla no supo revertir esa tipología de encuentro. Sufrió a la hora de sacar la pelota, defendió más que atacó y sufrió más que disfrutó. Apenas salió de la cueva y se vio atosigado en todo momento por un Éibar muy intenso y agresivo, que aprovechó las carencias defensivas de la medular sevillista para hacerse con la pelota, el terreno (el del Sevilla) y el espacio. Con todo, a pesar del dominio vasco, Vaclik tampoco se vio realmente comprometido.

Primera parte comprometida, Sevilla comprometido

Por contra, el Sevilla, que apenas trenzó un par de jugadas de mérito, donde Vázquez, Banega y Sarabia no encontraban la pelota, tuvo las dos más claras. La primera en una excepcional asistencia de André Silva a Sarabia que salvó milagrosamente Dimitrivoc y una segunda acción con los mismos protagonistas. Fueron las dos, porque fueron solo dos, del Sevilla en la primera mitad.

Dentro del dominio de facto eibarrés, de la posesión, la presión, la tensión, dentro de la superioridad en el juego de los armeros, el Sevilla sí que se mantuvo concentrado, serio y firme en defensa, no dando lugar a errores y convenciéndose con los minutos de que lo mejor era buscar el pase largo para evitar el robo en las cercanías del área (solo uno de consideración a Banega padeció). Los centrales no dudaron y todos los futbolistas supieron aceptar la situación para desde ahí intentar cambiarla. Desde Ben Yedder defendiendo en una banda hasta André Silva haciéndolo en la frontal.

Así, con esa pelea, con el mono de trabajo, acabó la primera mitad el Sevilla. Y bendito fue el arranque de la segunda, porque prácticamente a las primeras de cambio André Silva inició una jugada que él mismo culminó a medias entre la genialidad y la fortuna. Tras acción, eso sí, de Jesús Navas, que parece que le ha cogido gusto a eso de asistir al portugués.

El 0-1 reafirmó el trabajo del Sevilla y de Navas, que de nuevo fue fundamental y volvió a serlo. Porque el canterano, el niño de Los Palacios, siempre vuelve. Siempre vuelve a atacar, no para, no se cansa. Una nueva llegada suya hasta línea de fondo fue el origen del 0-2, de Banega de penalti.

El penalti enfrió el encuentro por varias razones. Por el marcador, evidente, pero también por el suceso del partido, la caída de la valla en la celebración del argentino con los sevillistas en la zona baja de esa portería.

Con la reanudación, y ante la buena defensa del Sevilla, y el esfuerzo de la primera parte del equipo local, el equipo de Machín se fue sintiendo cada vez más cómodo, ya no estaba tan atosigado, las marcas se relajaron y los jugadores sevillistas se descolgaron. Y así, más libres, Banega se encontró fácil para intentar el disparo lejano, y tanto, que entró en la portería de un Dimitrovic tan tapado.

A pesar del cuantioso descuento, el partido ya no sufriría más apreturas, ni con el gol postrero de Joan Jordán. El Sevilla logró un triunfo de mérito y rotundo que redondea una semana mágica que le ha llevado de las dudas al convencimiento, de la mitad de la tabla a la cabeza, de las derrotas a las victorias. Las de un Sevilla que gana de diferentes formas, con traje, con mono, en gris, en color...