Ese parche en el brazo que porta el Sevilla dice mucho. Dice que es un equipo que lo ha hecho todo en esta competición de la Europa League, dice que infunde respeto allá donde va, dice que es capaz de lo mejor, aún no estando bien, y dice que es mandamás a día de hoy de la competición, el César de la Europa League. Y el César, como en los circos romanos, como en las arenas romanas, tiene la facultad de ser categóricos, desconsiderados, implacables. O tiene la facultad de ser compasivo, indulgente, colocar el pulgar hacia arriba. Pues bien, el Sevilla, el César de la UEFA, en Roma, en el Olímpico, fue compasivo. Prefirió colocar el pulgar hacia arriba, prefirió perdonar, prefirió dejar vivo a su rival e invitarlo a la batalla de coliseo de Nervión en una semana. El Sevilla prefirió darle vida a la Lazio y dejar abierta la eliminatoria. Encarrilada, pero abierta.
Más allá de la compasión sevillista en Roma, cierto es que logró un grandísimo resultado. A priori, ganar a la Lazio en terreno rival, con la fobia sevillista a los partidos a domicilio, y con el mal momento que atravesaba, era y es un gran resultado, sin duda. Tendrá que rematarlo en el Sánchez Pizjuán, claro. Pero viendo el partido, el desarrollo del duelo, se quedó corto, muy corto. El partido bien pudo ser de 0-2, 0-3 o aventuren... si hubiera habido más acierto en los metros finales. No lo hubo, solo la asociación Sarabia-Ben Yedder la coló. Y en realidad no sufrió ni echó de menos mucho más que el acierto el Sevilla, porque en líneas generales fue mejor que una Lazio mermada (sin Savic, Immobile, lesionado Luis Alberto) y debió sacar más renta, mucha más. Por eso el sabor, pese al gran resultado, es hasta agridulce.
Salió valiente el Sevilla, valiente con la pelota, con ese marchamo europeo, con ese marchamo de campeón, pentacampeón. Y esa osadía bien entendida, jugando en campo contrario, sumándose e incorporándose con efectivos al ataque, neutralizó, si los hubo, los ánimos romanos. Con la pelota, el equipo sevillista enfrió a la Lazio, que no encontró el ritmo del encuentro. No es el que Sevilla impusiera uno demasiado alto, pero sí entendió mejor las debilidades de su rival. Encontró espacios entre la línea defensiva y el centro del campo y ahí se hartaron de recibir Ben Yedder, Sarabia, André, el Mudo... y generó peligro el conjunto de Machín. De hecho, cuando llegó el tanto de Ben Yedder, la realidad es que el gol ya se lo había merecido el pentacampeón por varias llegadas acumuladas. Es más, mereció algún más, que habría llegado si Sarabia, André Silva o el propio Ben Yedder hubieran estado más atinados.
Esa superioridad, o esa mejor lectura del partido, no evitó a Vaclik y al Sevilla en general algún sufrimiento. Sobre todo por las arrancadas bien conocidas de Correa, que planteaban inquietud, y por algún desajuste defensivo ante la importante acumulación de jugadores en zona de remate por parte de la Lazio. Evitó el empate Kjaer casi en la línea de gol en alianza con el césped alto del Olímpico. En líneas generales, la Lazio llevaba peligro arriba pero atrás sufría desajustes ante la disposición de los futbolistas de Machín.
Tras el descanso, y con el partido de cara, el equipo andaluz retrasó algunos metros su posición. Buscó descaradamente la contra, y menos tener la pelota, y eso que con la pelota hizo bastante daño a la Lazio en la primera mitad. Parecía estar el partido, y el conjunto romano, para buscarle, hincarle el diente, apretarle. Pero tampoco debe estar el Sevilla para mucha fiesta física, porque prefirió o eligió buscar la contra, el fallo rival, antes que apretar arriba y provocar un robo, algo que había conseguido en la primera mitad.
En realidad, todo sea dicho, sufrió poco Vaclik. Apenas una llegada a balón parado y un disparo lejano de Leiva. Y por contra tuvo muchas llegadas el Sevilla. Pero en los metros finales estuvo muy romo, impreciso. En los disparos anduvo errático y en el último pase, desacertado. No afinó. El mejor ejemplo fue la ocasión en el minuto 89 tras una espectacular contra de Promes. El Mudo prefirió la floritura a liquidar el partido de forma inexplicable.