Sensación de peligro o fatalidad inminente. Miedo a perder el control o a la muerte. Taquicardia y palpitaciones. Sudor. Temblores o sacudidas. Falta de aliento u opresión en la garganta. Escalofríos. Sofocos. Así se define entrar en pánico, y cualquier sevillista que se precie ya sabe cómo se define lo que le pasó a su equipo, y a sí mismo, en la segunda mitad del descuento de la semifinal de la Copa del Rey en el Camp Nou.
El Sevilla FC estaba a medio pie de plantarse en la final de La Cartuja. Sólo quedaba aguantar un poquito más, la pelota le llegaba a En-Nesyri con espacio y se desató la catástrofe.
En el manual del buen finalista, el marroquí habría corrido al córner, habría aguantado todo lo que su físico le hubiera dado, que no es poco, y en el peor de los casos el FC Barcelona habría iniciado la jugada muy atrás y con un Sevilla algo más estirado y mejor posicionado en el campo. Lo suficiente para que los segundos corrieran un poquito más hasta el ansiado 94.
Lo que pasó fue que En-Nesyri fue al lado equivocado, será cosa de la juventud, quizás, pero su buena temporada queda ya ensombrecida por haber sido parte importante, en lo negativo, de que al Sevilla se le hayan esfumado sus dos únicas opciones de tocar plata.
Sensación de peligro o fatalidad inminente. Miedo a perder el control o a la muerte. Taquicardia y palpitaciones. Sudor. Temblores o sacudidas. Falta de aliento u opresión en la garganta. Escalofríos. Sofocos. Así se define entrar en pánico.
El caso es que al que le acabó cayendo, mire usted por donde, fue a Messi. Que se equivocó. Dio un pase larguísimo a Trincao al que llegaba Rekik. Pero más se equivocó Fernando, 21 segundos después, agarrando al portugués cuando tenía cero opciones de alcanzar la pelota. Se fue a la calle, se quedó sin prórroga y se quedaba sin final. Y el equipo estaba en plena crisis de ansiedad.
Messi volvía a equivocarse al tirar la falta, pero peccata minuta comparado con el final sevillista del tiempo reglamentario. Al Barça eso de los córners no se le da especialmente bien, pero Diego Carlos no se acordó cuando, 118 segundos después y a menos de un minuto del final, volvió a meter en el campo un balón que se habría convertido en el último saque de equina. Acelerado y nervioso, entró al capotazo de Griezmann -122 segundos-, el francés centró a placer, Koundé perdió el duelo con Piqué -126 segundos- y adiós.
Adiós al sueño. El palo es grande en los dos peores minutos del siglo. Toca tomar un tranquilizante e intentar mirar el futuro con confianza y una sonrisa.