Quizás lo peor de todo no fuera un gol en el 94. Ni que éste llegara tras un fallo en cadena tan inesperado como absurdo. Ni siquiera ver a Monchi, otro que casi nunca yerra, desnudar su frustración con un dardito al vecino de los que no proceden en Nervión. Puede que lo más doloroso de estos últimos días para el sevillista haya sido la soledad en la tragedia (permítase el uso figurado del término en mitad de una tragedia mundial real). Digerir el varapalo del Camp Nou mirando a la nada por la ventana. Esperando el imposible de que alguien se saltara el confinamiento y pasara por ahí igual de aturdido con su mascarilla. Salvo licencias de convivencia, el sevillista vivió su tragedia sin verle la cara a otro compañero de trinchera. Sin comprobar que su dolor, en verdad, era compartido. Y eso duele más.
El fútbol de verdad te permitía abrazarte a un completo desconocido en mitad del éxtasis. Y en el drama, llorar en su hombro hasta la consolación, como si fuera una madre. Pero el fútbol de pantalla, mascarilla y cemento en las gradas, no. El terremoto de Barcelona, con su réplica en Elche, ha desdibujado el rostro del Sevilla FC. En clubes como el hispalense, hablar de la entidad es hacerlo de sus dirigentes, sus futbolistas y sus aficionados. Un pack indisoluble. En el Sevilla la telepatía sentimental entre esas tres caras fluye imparable. Y para ello es fundamental la confrontación real. La pandemia nos está dejando un mundo cuasi virtual, digital. Sentimientos pixelados imposibles de evacuar. Por eso es fundamental, en momentos así, mirarse a los ojos. Verse las caritas. Tocarse.
Cuando aquel engatusador Sevilla FC de Sampaoli vio cómo el Leicester se le escapó vivo de Nervión, la gente volvió seria a casa. Los dirigentes bajaban la escaleras con el gesto torcido. Y los jugadores le daban vueltas a las mil ocasiones desperdiciadas antes de la jugada aislada del gol de Vardy. Unas caras que seguían siendo las mismas durante el viaje a Inglaterra, en el hall del hotel de concentración y ya en el césped del King Power Stadium. Mascullaban, cabizbajos, un drama inevitable. Todo acabó con las lágrimas de Monchi dentro de un autobús.
Un año más tarde, un Sevilla FC mucho más titubeante se plantó en Old Trafford con otro gesto, con otra cara. Intuyendo que podía formar un lío gordo, por mucho que los predicadores anunciaran su ejecución. Miradas, en el hall del hotel, de optimismo contagioso. Como el de la conjura del Euroderbi pero sin aquellos gritos de guerra que terminaron amedrentando al rival. Nadie decía nada, como si en vez de mascarilla hubiera un bozal, pero todos lo pensaban.
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— ElDesmarque Sevilla FC (@eldesmarque_sfc) March 8, 2021
El estado de ánimo es fundamental para una empresa como la que tiene delante el Sevilla FC. Callado ha marchado también a Dortmund. Ha pasado en sólo unos días de ser comparado con el mejor Sevilla de la historia a enlazar un chasco en la Champions, un golpetazo en la Copa y un triste duelo en LaLiga Santander. No habrá aficionados nerviosos por el hall de ningún hotel. Ni pistas en esos rostros que se ocultaban tras una mascarilla en el aeropuerto de San Pablo. Es un silencio, esta vez, indescifrable. El fútbol sin hinchas, de distancia de seguridad y gel hidroalcohólico, dificulta la sincronización de Huygens entre el péndulo de la afición y el péndulo de su equipo. La entrada a la ciudad deportiva fue, este domingo, el intento desesperado de una hinchada que quiere saber qué cara tienen sus jugadores, con qué ojos van a mirar a Haaland. ¿Qué hay detrás de esa mascarilla?
y el domingo Joaquín, se comera,una mierda como siempre, se la ha comido.
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Y el Domingo Joaquín Saca el CAPOTE JAJA.
La verdad que parecen que van a un funeral. Esa no es la actitud. Nada a verlas venir y que si no estamos como solemos estar que a Haaland lo comamos constipado.