El Wolfsburgo es el equipo fetiche de Volkswagen, una marca automovilística referente en el mundo de las cuatro ruedas. Tanto es así que su estadio se llama el Volkswagen Arena. Pues bien, el Sevilla se ha perdido en ese gran concesionario y solo Bono y el VAR le han dado vida.
Europa no perdona. Suele ser uno de los mandamientos más antiguos del fútbol. Juegues donde juegues, independientemente del rival, si no le metes una marcha más es difícil ganar como visitante. El Sevilla es muy superior al Wolfsburgo. Alguien que haya visto algo de fútbol lo hubiera percibido en los primeros minutos. Por eso, el empate sabe de nuevo a muy poco. Para que entiendan la comparación. Es tener la capacidad para sacar sobresalientes y aprobar porque uno no se esfuerza. El equipo de Lopetegui debía haber ganado porque era mejor y porque lo necesitaba, pero aprobó raspadito.
El Sevilla no empató por lo cambios o por la reacción. El Sevilla empató porque ahora hay una máquina llamada VAR.
El vasco suele acertar con los cambios, pero ante el Wolfsburgo el equipo no reaccionó. Primero sin punta de referencia, después con Iván Romero, sin Jordán y con un espeso Rakitic. Y, al final, con un Munir al que le tuvo que doler que el canterano entrara antes que él. El Sevilla no empató por lo cambios o por la reacción. El Sevilla empató porque ahora hay una máquina llamada VAR.
El mérito del Sevilla es que no le pierde la cara a los partidos a pesar de que no le salga nada. El VAR pitó un penalti moderno que salvó a los andaluces. Hubo planchazo a Lamela, pero el defensa después de golpear el balón no tiene tiempo de quitar la pierna, o así lo cree el que escribe. Dicho lo cual, Rakitic anotó de manera formidable desde los 11 metros.
A partir de ahí, el Sevilla jugó contra 10 jugadores y, obviamente, apretó a base de centros. Segundo partido en Europa y segundo tropiezo. Hay jugadores que tienen que aparecer, pero hoy sin duda Lopetegui y sus cambios también quedan señalados.