El sevillismo se despertaba hinchado, ufano, esta mañana. Ni más ni menos que L’Equipe había sacado una portada comparando a su Sevilla FC con Goliat y al Lille OSC, el actual campeón francés y cabeza de serie del Grupo G de la UEFA Champions League, con David. No era moco de pavo y sí muestra de que en Nervión se han granjeado un gran respeto en el Viejo Continente con años de gloria y laureles europeos. Pero aquello acabó como acabó.
Todo comenzaba bien. El favorito se ponía pronto por delante y controlaba el partido. Así debió ser la batalla bíblica entre Goliat y David, y adaptando el Antiguo Testamento al fútbol habría que comprobar si pasaba por allí algún vikingo que acabó por estropearlo todo. Aunque en aquella época no viajaban tanto los nibelungos.
El caso es que la honda del Lille ni siquiera fue fabricada en Francia, sino en Dinamarca. En una batalla plácida sacó Delaney la mano a pasear y complicó el partido, la Champions y la vida del Sevilla. El danés, que pocos minutos antes cometió otro penalti que inexplicablemente no señaló el colegiado rumano, llegó para aportar experiencia al centro del campo, ha mostrado ser un hombre muy recurrente, pero no hay perdón de Odín para él por lo sucedido este martes en el área de Gol Sur del Sánchez-Pizjuán. David, que se pronuncia distinto pero se escribe igual, dio el primer golpe al gigante.
La honda del Lille ni siquiera fue fabricada en Francia, sino en Dinamarca. En una batalla plácida sacó Delaney la mano a pasear y complicó el partido, la Champions y la vida del Sevilla.
Hagan cuentas. Desde que se conocieron los integrantes de este Grupo G, el Goliat era el Sevilla. Su experiencia europea, sus títulos y sus nombres así lo atestiguaban, pero en el césped ha sido otro Goliat, en vez del gigante el novato. Tres penaltis evitables ante el Salzburgo, una jugada absurda en Wolfsburgo y, para colmo, una pizca de cada cosa este martes en Nervión. ¿O no les recordó este segundo gol al de Mallorca en la falta de intensidad? Segundo golpe, el gigante a la tierra.
Se equivocó, decíamos, Delaney antes del descanso y desde entonces se equivocó todo el equipo. Desde Lopetegui hasta el último que salió desde el banquillo. Entró en la batalla que más le convenía al Lille, un David que llevó la pelea a donde más le convenía. El Sevilla embarró el juego y se embarró él mismo.
Se ha metido en un charco enorme, resbaladizo y pegajoso, aunque aún asoma la cabeza pese a que la espada de David pende sobre su cuello. Goliat ha muerto en la batalla bíblica. Ahora esperan otras dos peleas que deben ser terrenales, que se tienen que afrontar como hombres y no como dioses ni mitos. Este Sevilla de Champions no es un gigante, y no debe pensar que lo es. Le dio resultado a los franceses la invocación al mito.