Bajó la guardia el Sevilla cuando menos se esperaba. En una cita recetada para asaltar la cima. Apresados por la condena de una primera parte gris. Otra más. Y en un fútbol de élite, donde ni el que más inofensivo promete ser perdona. Porque la relajación no debe existir para el que aspira a la gloria, para el que busca un objetivo que requiere un esfuerzo inexorable, pocos despistes, dedicación y luchar con una intensidad regular. Caer es humano, claro que reblar alguna vez sea hasta sano pero laxar a estas alturas priva al plantel de proteger sus intereses. Un traspiés tan natural como inesperado.
Ni siquiera Muñiz Ruiz había esbozado su primer silbido cuando la tormenta que se avecina el martes en Champions ya arreciaba sobre el césped del Sánchez-Pizjuán. Y con tantos precedentes en este deporte, quizás resulte demasiado osado pensar más en el futuro que en el presente. Igual no era lo que cavilaba Lopetegui, pero sí lo que reflejaron sus cambios- algunos condicionados por las bajas- en el once.
Sería el frío, igual la lluvia o la inactividad de la competición, pero la realidad es que el Alavés aprovechó esa guardia baja para golpear primero. En la estrategia, valiéndose de una pérdida de concentración, de un error en la marca. Otra vez fue una caída la que invitaba al equipo a espolear sus intenciones pero hoy la reacción fue insuficiente. Llegó, pero demasiado tarde. La dificultad de ir a remolque apresó al Sevilla en su propia desesperación, siendo incapaz de romper líneas, encontrar fluidez con el balón o generar peligro en las transiciones.
Sabedor de las virtudes del rival, asentó sus ideas, supo calmar sus inquietudes y el equipo mejoró otorgándole altura de miras al equipo. Con el equilibrio de Fernando, la libertad de movimientos de Óliver y el paso atrás del Alavés, el Sevilla templó sus nervios y explotó la profundidad de sus laterales. Logró potenciar la capacidad ofensiva de Ocampos, incidiendo a las espaldas de la defensa y sorprendiendo por su movilidad. Fue ahí cuando llegó el único esbozo de reacción, tras un primer aviso de Rafa Mir que advertía del empate del argentino.
El Alavés, consciente del arreón que advertía el Sevilla tras el empate, se embotelló atrás y eso permitió a los de Lopetegui habitar durante una fase importante de partido en zona de tres cuartos rival. Rondó el área constantemente y monopolizó el domino, pero esa falta de clarividencia en los metros finales privaba a un equipo que debió terminar la primera mitad en campo rival... Debía, pero no lo logró.
La hinchada le pedía a los suyos que se le fuera la vida en ello, en lograr la machada, en no que dar un balón por perdido y no perder la concentración. El seguir así, ante un contrincante tan necesitado, suele ser la causa de que el rival perdiera la confianza en sí mismo y 'facilite' la remontada. Es común o comprensible, en cambio, que ocurra justo lo contrario. Que cierto temor se diluya, que el que se siente superior baje un poco la guardia y que acabe, finalmente, reblando. Al final el tiempo corría en contra de los visitantes... y ocurrió justamente lo contrario.
Un Alavés amordazado, anestesiado e indoloro halló la luz bajo el lúgubre cielo de la capital hispalense. El rugir de la tormenta trajo consigo un rayo que alumbró al equipo de Javi Calleja. En esto del fútbol hasta el rabo todo es toro y cuando debía ser el Sevilla el que terminara en campo contrario, una mezcla explosiva de errores permitió a los babazorros ahondar en la herida sevillista. Con polémica incluida, entre una rigurosa falta previa y una revisión de VAR de casi cuatro minutos, pero igual de efectiva para los intereses del Alavés.
Una losa que parecía ser inasumible para las aspiraciones del Sevilla. Se perdió el juicio y ese nerviosismo se extrapoló al campo. El segundo golpe condenó al plantel a caer en su propia trampa. Condicionado por la reincidencia de otros días, jugando a la desesperada con tres cuartos de hora por disputarse. Una mala praxis teniendo en cuenta el gran despliegue defensivo del Alavés, el mal estado del césped y la incapacidad de jugar el balón a ras de césped. El hándicap de jugar contra los elementos.
Esos elementos diluyeron el plan. Con las ideas perdidas, el equipo apeló al espíritu de antaño, al que pocas veces falla, al de la casta y el coraje. Al compás de las palmas el Sevilla se lanzó a la desesperada, con más corazón que cabeza, pero en esto del fútbol, y más si el escenario es el Sánchez-Pizjuán, la pasión también mete goles. Llegó la reacción con el empate de Rakitic. Y hasta Munir tuvo en sus botas la heroica pero esa respuesta ya era inválida.
Un golpe tan agridulce como inesperado, pero que no debe cegar la ávida vista del sevillismo. Hoy, de momento, y contra todos los que quieran ver fantasmas donde no los hay, el Sevilla FC dormirá líder de LaLiga. Si le pierde el respeto y rebaja el miedo a lograr algo bonito... No hay que tener miedo a pensarlo, a nombrarlo, a soñarlo. Con este Sevilla, tan bendito como maldito, todo es posible.
El lider de la liga EL SEVILLA FC, LO SIENTO BORREGO...