La derrota del Sporting de Gijón frente al Deportivo de la Coruña en Riazor no fue una sorpresa. El reformado conjunto de Rubén Baraja, sin ambición, fue una copia del anterior. Un equipo solvente en defensa e incapaz en ataque lejos de El Molinón.
Ha cambiado más de medio equipo, pero las virtudes y defectos siguen siendo los mismos. El Sporting brilla en defensa y suspende en ataque. Una tónica que ya se produjo la campaña anterior con Rubén Baraja en el banquillo.
Al técnico pucelano se le debe reconocer su trabajo táctico. El orden defensivo con el que los rojiblancos y Mariño hicieron historia la última temporada, en la que consiguieron la segunda mejor marca de la historia sin recibir un gol. La portería a cero fue la base de su racha de victorias consecutivas. Sin embargo, la línea defensiva, a veces, no es infalible. Le sucedió al Sporting meses atrás y ahora vuelve a repetirse.
En ese sentido, a domicilio, el equipo de Baraja da la sensación de depender en exceso del orden táctico. Si falla en defensa se le complica, y mucho, las posibilidades de sumar. Sin ir más lejos, el planteamiento en Riazor fue muy conservador. Los rojiblancos no dispararon ni una sola vez. Un registro preocupante como insuficiente para un equipo que aspira al objetivo más ambicioso en la Liga 1|2|3.
Al menos, en el lado positivo, el cuerpo técnico tiene mucho tiempo por delante para matizar su patrón de juego. Para consolidar su rendimiento defensivo y fortalecer su ataque. También para rectificar determinadas decisiones acerca de la ubicación de las piezas. Por ejemplo, Carmona en la izquierda no rinde. Tampoco Álvaro Jiménez se encuentra en el mejor estado para justificar su fichaje. Un refuerzo, en cualquier caso, de rebote tras su frustrada incorporación al Málaga. La prioridad era un extremo que jugase en la banda izquierda y, como el verano anterior, el director deportivo Miguel Torrecilla no encontró esa pieza en el mercado.