Cinco días predicando en el desierto del Golfo Pérsico por 40 millones de euros. Así podría resumirse el negocio en que la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) ha convertido la Supercopa desde 2020, un torneo hasta entonces poco atractivo y aún menos rentable.
Su participación se reducía al campeón de Liga y Copa que, en pleno mes de agosto, se enfrentaban por el título a doble partido. Un formato de difícil encaje en la cada vez más cargada pretemporada estival.
El nuevo sistema de competición, en formato de Final a Cuatro, abre la Supercopa al subcampeón de Liga y Copa, aumenta los premios por participación y cubre en menos de una semana el 10% del presupuesto federativo, fijado para este año en 392,1 millones de euros.
De ser un trofeo veraniego local entre dos equipos aún poco rodados y que cada vez despertaba menos interés entre los medios y los aficionados, ha pasado a celebrarse en enero, en el extranjero y con el reclamo de ser el primer título oficial del año en el fútbol español.
Un cambio de fórmula exitoso que llevó a Movistar a renovar, en 2022, los derechos de televisión de la competición hasta 2025 por 6,2 millones de euros (un 55% más que el contrato anterior), según datos publicados por 2Playbook.
El formato resulta tan atractivo que lo ha acabado copiando la federación italiana, cuya Supercopa venía disputándose en Arabia Saudí desde 2018, pero solo entre el campeón de la Seria A y de la Copa italiana.
La próxima semana, en el Al-Awwal Park de Riad, el mismo estadio donde Barcelona, Real Madrid, Atlético de Madrid y Osasuna están disputando estos días la edición española, Nápoles, Lazio, Inter de Milán y Fiorentina pelearán por el título.
Aunque nadie pone en duda el nuevo sistema de competición y la rentabilidad del negocio, desde algunos sectores se cuestiona su lugar de celebración: un país con restricciones en materia de derechos humanos, especialmente hacia la mujer, y libertad de expresión.
La RFEF defiende que llevar el fútbol a la península arábiga es una oportunidad para utilizar el deporte Rey con el objetivo de promocionar la igualdad de género y defender los derechos humanos. A través de campañas como la de 'Football is the way' (El fútbol es el camino), impulsada por la Federación Española, y acciones como la que ha llevado a cabo la seleccionadora de España, Montse Tomé, en Yeda, sede de la Supercopa de 2020 y donde impartió esta semana una formación a entrenadoras de fútbol de Arabia Saudí.
Pero cuestiones éticas al margen, la Supercopa es un jugoso negocio que beneficia a ambas partes. A la RFEF, porque revaloriza deportiva y económicamente la competición gracias a los petrodólares saudís. Y a los árabes, porque prácticamente se garantizan que Barça y Madrid disputen al menos un partido al año en su país. Por eso, el contrato, que inicialmente concluía en 2024, pronto se decidió prorrogar hasta 2029.
Aunque las cifras nunca se han hecho públicas, según diversas fuentes, de la bolsa de 40 millones, los dos grandes del fútbol español ingresan un fijo de 2,8 millones cada uno. Y los otros dos equipos participantes de cada edición ingresan una cantidad en función de los resultados deportivos, las audiencias televisivas y el valor que los clubes tengan en el actual reparto de derechos audiovisuales.
A todo eso hay que añadirle los 2 millones de euros que se lleva el ganador y el millón con el que se premia al finalista, y los gastos de viaje de los cuatro participantes (unos 300.000 euros por equipo) de los que se encarga la Federación. Por lo que el beneficio estimado para ésta es de unos 25 millones de euros por edición.
A su vez, Kosmos Global Holding, la empresa del exfutbolista Gerard Piqué, cobra 4 millones de euros por cada Supercopa por su intermediación en el contrato que la RFEF firmó con Sela Sport Company Limited, la empresa pública encargada de organizar los eventos deportivos en Arabia Saudí.