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Mestalla creyó y lo hizo posible: Yes We Can

Manu Gimeno

Una fiesta de principio a fin eso es lo que fue el Valencia-Real Madrid. Ya por la mañana se notaba que era día grande, se veían camisetas valencianistas alrededor de Mestalla, mucha gente comiendo con amigos por los bares esperando la hora del partido, aprovechando una jornada festiva en la que temperatura acompañó de lo lindo. Era día grande en Mestalla y se notaba en la afición. Cánticos, risas y miles de fotografías esperando al equipo. No cabía ni un alfiler en la Avenida de Suecia desde dos horas antes del comienzo del choque y la explosión llegó con la llegada del equipo a las 15:35 horas. Bufandas en mano y al grito de 'Sí se puede' entraron los jugadores a Mestalla. Un recibimiento así no se recuerda en mucho tiempo.

La gente tenía ganas de fútbol, incluso esperaron para recibir al dueño del club, a Peter Lim, que hizo acto de presencia media hora antes del encuentro. La afición tenía ganas de espectáculo y despidió al equipo del calentamiento previo al partido como a esos 11 guerreros que se van a la batalla, con honores de jefes de estado, no era para menos porque ellos serían los encargados de domar a la fiera que había enfrente, el Real Madrid. Más de 50.000 almas empujaban desde sus butacas como si no hubiera un mañana. En el protocolo del pasillo al Madrid fue enorme la pitada para los blancos (este domingo de negro), pero tenían reservado el grito de 'Campeones, Campeones' para cuando asomó el Alevín por el túnel de vestuarios, Mestalla se rompió las manos a aplaudir, también los jugadores del Valencia y del Real Madrid porque los deportistas saben que da igual la edad, que da igual la categoría, a los campeones se les recibe así. Con honores.  Por cierto el tifo de todo el campo con la Senyera y con el lema de 'Yes We Can' fue hermoso e imponente. 

Momentos de enfado de la afición

Cuando comenzó el partido Mestalla no desperdició ni un decibelio, alguna cuerda vocal se rompió porque era atronador el ambiente. Se silbó cuando las decisiones del árbitro no acompañaban incluso hubo cánticos contra Javier Tebas, contra la Federación y contra el árbitro: "Esto es un atraco". Las cartulinas amarillas iban cayendo para el Valencia como un goteo constante y la graba bramaba con cada una de ellas. Mestalla estaba On fire y los cimientos temblaban. Pero el ambiente festivo no se olvidó y se notó cuando James le devolvió la tarjeta roja a Gil Manzano (que había perdido un minuto antes) a modo de enseñarle la cartulina como si fuera un jugador y Mestalla aplaudió. Seguía existiendo guasa en el fondo.
Pero faltaba la ocasión más clara del Valencia, su lanzamiento a la madera. André Gomes disparó y Carvajal desvió al poste con Casillas batido. Los 50.000 valencianistas congelaron su retina en el balón, lo empujaron para dentro y oyeron el silencio como le pasó a Iniesta en Sudáfrica. Pero el poste escupió el esférico y el atronador 'Uy' se escuchó hasta en la Pobla de Farnals. El árbitro no quería más sobresaltos y enseguida pitó el final de la primera parte. Mestalla despidió a Gil Manzano recuperando el clásico: "burro, burro". Señor Tebas no se ponga nervioso, eso no es un insulto, eso es un animal y, además, muy español.

Barragán y Otamendi llevaron el éxtasis a la grada

Sólo faltaba el condimento del gol porque todos los ingredientes estaban puestos para que el Valencia empatara el partido y ese momento llegó gracias a Barragán. El bueno de Antonio se sacó un disparo de la manga que batió a Casillas y Mestalla entró en ebullición de nuevo. Barragán convirtió Mestalla en una olla express, temblaron los cimientos, la gente saltó de alegría, se abrazaron con el de al lado y con el empate el valencianismo cogió una última bocanada de aire fresco para los últimos 30 minutos de la batalla. Porque aún quedaba lo mejor por llegar. Quedaba el salto a lo Michael Jordan de Nicolás Otamendi. Se levantó sobre los centrales del Real Madrid, se quedó en el aire y batió a Casillas de cabeza. Mestalla había creído y el 2-1 fue posible. Como empuja este campo y esta afición, impone respeto. Y es que Mestalla arruga a los rivales, por eso la Selección escogió este estadio como su habitual casa durante dos años.

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