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Marta, en el punto de la huida

Para Marta Vieira da Silva (Brasil, 1986) rememorar su infancia implica, a menudo, romper a llorar. Se define como una mujer de lágrima fácil fuera del terreno de juego y viajar a su niñez supone revivir el dolor que todavía arrastra por el trato machista que soportó en Dois Riachos.Lucía Santiago
En esa pequeña localidad situada al noreste del país creció entre carreras que casi siempre implicaban huidas. Unas veces, de los insultos de sus vecinos. Otras, de las rabietas de sus propios hermanos, para quienes resultaba insoportable verla patear un balón.
El fútbol, creían, estaba reservado únicamente para los hombres.
Ser niña y entretenerse jugando a ese deporte era algo inadmisible en un entorno incapaz de comprender que Marta prefiriera divertirse con una pelota y no con una muñeca.
Así, debió soportar múltiples e hirientes comentarios que le invitaban a abandonar aquella práctica, considerada masculina.
Ella jamás desistió. Empezó a soñar con construir su futuro cimentado en el fútbol tras darse cuenta de sus posibilidades económicas. Pensando en ella. Pero también en su familia, de origen humilde.
Las críticas reforzaron su empeño en corregir el papel que la sociedad tenía reservado para la mujer y, con determinación, luchó por el sueño de llegar a ser profesional. Hoy milita en el Rosengard de Suecia -un país que siente como suyo propio- y posee tantos Balones de Oro como el delantero argentino del Barcelona Leo Messi. Cinco, logrados de manera ininterrumpida entre los años 2006 y 2010.
Su palmarés a nivel de clubes contempla, entre otros títulos, una Liga de Campeones con el Umea, conseguida en el año 2004, y se complementa con infinitas distinciones individuales que premian su velocidad, técnica y ambición ante la red rival.
Esmerarse en su deporte le permitió no sólo esquivar una infancia difícil sino erigirse en el icono del fútbol femenino mundial.
La capitana de la selección española, Vero Boquete, es solo una de las muchas niñas que empezaron a desenvolverse en esta disciplina siguiendo el ejemplo de Marta.
Emblema del deporte, la brasileña debió ser autodidacta en su infancia. Con y sin balón.
Hasta los nueve años, dada la falta de recursos de su familia, no pudo ir a la escuela. Los periódicos, los libros y los cómics de la Pandilla de Mónica se convirtieron en su principal fuente de conocimiento. El fútbol, poco después, la rescató.
La vida humilde de la atacante brasileña empezó a cambiar a la edad de catorce años cuando, durante la disputa de un torneo mixto, un cazatalentos le propuso medir su competitividad en un equipo profesional: el Vasco da Gama.
Aquel viaje de casi tres días en autobús hasta Río de Janeiro mudó su perspectiva e incrementó su nivel, aunque también inundó su corazón de nostalgia. Para contrarrestar aquellas lágrimas se convirtió en férrea aliada del balón, mientras aguardaba impaciente la llamada de la selección brasileña. Después, llegaría la de la Damallsvenskan y con el salto a Suecia, su fama y proyección.
Habitual en las entregas de premios desde hace una década, Marta Vieira da Silva destaca, sin embargo, sus logros fuera de la cancha.
Como Embajadora de Buena Voluntad de la ONU persigue la disminución de la pobreza, pero también la autonomía femenina.
Esos son los dos mensajes que volverá a defender entre el 3 y el 19 de agosto en Brasil. Allí regresará con el doble propósito de guiar a su selección hacia el oro olímpico y de reivindicar para las niñas un presente mejor que el que ella soportó.
La gran victoria de Marta sería liquidar la falta de aceptación que motivó su huida de Dois Riachos.

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