Llevan más de una década juntos. Tienen una relación especial, diferente, quizá inclasificable. La de un entrenador y un deportista que pasan más tiempo juntos del que cada uno está con su familia. Pero, a pesar de eso, Fernando Rivas todavía sorprende a veces a Carolina Marín Dice él que cuando se rompe una raqueta en un entrenamiento no la deja parar para cambiarla y la hace seguir hasta que se acabe la serie. "Al principio Carolina me decía, qué cosas más raras Fernando..." "Pero si se
Olga Martín
Río de Janeiro, 19 ago .- Llevan más de una década juntos. Tienen una relación especial, diferente, quizá inclasificable. La de un entrenador y un deportista que pasan más tiempo juntos del que cada uno está con su familia. Pero, a pesar de eso, Fernando Rivas todavía sorprende a veces a Carolina Marín
Dice él que cuando se rompe una raqueta en un entrenamiento no la deja parar para cambiarla y la hace seguir hasta que se acabe la serie. "Al principio Carolina me decía, qué cosas más raras Fernando..."
"Pero si se te rompe en el partido tienes que jugar con la raqueta rota hasta que se acabe el punto. En el Mundial de 2014, en un punto al final del partido, a ella se le rompió y metió el punto. Nuestro día a día es prepararnos para las adversidades".
Así es Rivas. Metódico, calculador, perfeccionista, previsor, exigente, estudioso, seguro. Alguien capaz de dedicar horas y horas para revisar al milímetro sus partidos y los de sur rivales y diseñar la forma de enfrentarse a ellas. El 'alter ego' de Carolina con quien la onubense ha roto esquemas y barreras como la de superar a Asia, infranqueables hasta ahora en un deporte como el badminton.
Un técnico enamorado de su trabajo que descubrió este deporte con 11 años por casualidad y que después de ser jugador -"no muy brillante" dice él mismo- no encontró su sitio hasta que empezó a hacer cursos de entrenador.
Suele referirse a esto para explicar que desde pequeño tuvo "la ilusión de estudiar INEF y ser profesor de educación física", pero que su mentor, Aurelio Ureña, le decía que "no encontraba la motivación" en los primeros años de carrera.
También con sonrisa y carcajada recuerda un encuentro casual hace meses en Granada, su ciudad natal, con un amigo con el que jugaba dobles a los 18 años, que le recordó cómo le contestó cuando él le dijo que quería ser entrenador profesional de badminton.
"Tú lo que eres es gilipollas. Lo que tienes que hacer es estudiar, ser profesor de educación física y dejarte de tonterías", le respondió su amigo entonces antes de decirle hace poco "menos mal que no me hiciste caso".
No se lo hizo en absoluto. Después de estudiar en España se marchó a Inglaterra, Francia, Alemania y Holanda para seguir estudiando. Países donde cree que se abrió su horizonte antes de volver y empezar en 2004 a trabajar para la Federación Española.
Ahí empezó a tener noticia de Carolina, cuando ella tenía 11 o 12 años. Le hablaban de "su mal carácter y de sus rabietas". Después la vio jugar en un campeonato de España sub-15 con la madrileña Bea Corrales y lo tuvo claro, aunque ella no destacaba por jugar bien, ni por desplazarse, ni por golpear.
Pero vio un diamante por pulir y desde entonces no deja de hacerlo. Lo hace convencido de que "la suerte tiene un camino muy corto", de que "si no tienes un sueño no sabes dónde vas" y de que un mal día es tu mejor día "porque es en el que te puedes superar".
La final olímpica de Pekín 2008 le supuso una revelación. Allí tuvo la certeza de que quería ser el técnico que guiara hacia el oro a un deportista español. La misma certeza con la que creyó cuando vio jugar a Carolina con 11 años y que si trabajaba con ella podría hacer algo importante.
Tan importante como colgarse un oro olímpico, después de conquistar dos campeonatos del mundo consecutivos, dos de Europa (2014 y 2016) y consolidarse como la número uno del mundo.
Conocer a Carolina cambió su vida. Con ella empezó a entrenar en Madrid en 2004 y con ella sigue desde entonces. La conoce a la perfección, pero dice que no pueden ser amigos porque él tiene que "apretar muchísimo".
Eso es lo que han hecho especialmente en el último año. Cuidarla como "un fórmula uno" en el que "hay que colocar todo pieza a pieza y, en su caso, con un esfuerzo añadido en el plano personal, porque hace unos meses, en primavera, nació su primera hija.
"La vida de entrenador no puede ser eterna; no es un trabajo normal, pero soy un privilegiado. Es el veneno que llevamos en la sangre", asegura consciente de que habrá un final. Antes espera tener otra oportunidad con la nueva Carolina.