Gracias por tanto. Por las tres medallas olímpicas consecutivas, por los dos oros en Mundiales, por las nueve medallas en Europeos. Pero, sobre todo, gracias por habernos hecho disfrutar del baloncesto, por acostumbrarnos a ganar, por hacernos partícipes de la consanguineidad deportiva de La Familia. El Dream Team de Estados Unidos ha agriado esta madrugada (81-95) el adiós de Pau Gasol y su generación de leyenda. Un grupo que ha hecho historia y que a buen seguro no merecía este final en unos Juegos Olímpicos.
Parecía que este momento no iba a llegar nunca y menos de esta forma. La bestia negra de España dio una tremenda cornada deportiva al grupo más laureado del deportes nacional en su historia. Su público ha de levantarse y aplaudir. Poco más queda después de un partido sin justicia divina. De nada sirve lamentarse. Sólo cabe grabar en la memoria cada momento de satisfacción y orgullo que nos hicieron vivir. Que fueron muchos, por otra parte.
No hay justicia en el deporte, ni en la vida. Porque el deporte no va de palmarés o trayectoria, vive del momento. Y en éste, España no ha podido estar a la altura del Dream Team probablemente más descafeinado de la historia. No han venido a Tokio'2020 con sus mejores estrellas, aunque las que han traído tienen calidad como para reventar a cualquiera de sus rivales.
De hecho, bastante ha tenido La Familia con prorrogar el sueño durante muchos minutos. Y lo ha hecho por mor de la fantástica actuación de Ricky Rubio, el niño prodigio del baloncesto español que debe sostener la transición de la selección nacional en el futuro a corto plazo. El del Masnou se entretuvo en meter 38 puntos, la mejor marca de un jugador español (superando al propio Pau) en unos Juegos Olímpicos y en general de un jugador de baloncesto ante Estados Unidos.
Ricky encarnó la esperanza. Los hermanos Gasol, la frustración, el querer y no poder. Ambos se retiran de la selección tras dos décadas de éxitos y el partido fue la viva estampa de ello. Apenas estuvieron sobre la pista ante un rival cuyo físico determinó el partido. Cuando se pusieron a defender de verdad, se acabó lo que se daba. Las dudas que habían generado en los amistosos y en el primer partido del torneo ante Francia se disiparon cuando llegó la hora de la verdad, la de los cruces a vida o muerte.
Porque Estados Unidos se dejó en casa a la mayoría de las auténticas estrellas de la NBA, pero se trajo a unas pocas, que se bastaron y sobraron para determinar el signo del encuentro. Principalmente, Kevin Durant, máximo anotador de su equipo con 28 puntos y verdadero verdugo de España. Tres triples suyos casi seguidos en el inicio del tercer cuarto dinamitaron la resistencia española. Pero también Booker, Lillard o Damon Green, primeros espadas en sus equipos y cuya calidad acabó decidiendo.
Su defensa propició 15 pérdidas de España y así es difícil ganar a un gigante como éste. El cuadro de Sergio Scariolo cuajó una gran primera parte pese al empate en el marcador al descanso (43-43). Un parcial de 10-0 le llegó a poner con 11 puntos arriba (40-29). No obstante, Durant rescató a los suyos y Durant los lanzó hacia la victoria.
El alero lideró ese doloroso parcial de 6-22 que cambió definitivamente el horizonte para España. Con jugadores con mucho potencial pero aún faltos de experiencia para abordar un reto como éste, el combinado nacional sacó su orgullo para apretar el electrónico al final del tercer cuarto (63-69). Sólo fue un espejismo, un guiño de raza a la memoria de una generación única, de una Familia que gritó al mundo "BA-LON-CES-TO". Pongámonos de pie, por favor.