Teresa Portela ha ganado la medalla de plata este martes en el Sea Forest Canal de Tokio. Tuvimos la oportunidad de estar presentes y disfrutar de la espectacular final de la palista gallega, que realizó un sprint final realmente asombroso.
Pero el desenlace de la prueba tuvo mucha incertidumbre. Al acabar la prueba, que fue ajustadísima tras el claro oro de la neozelandesa Lisa Carrington, el marcador electrónico se quedo 'mudo', solo aparecía la primera posición de Carrington. Las que se disputaban las medallas, Portela, la danesa Jorgensen y la polaca Walczykiwicz quedaban a la espera. Pues bien, apareció el tiempo de la supuesta segunda clasificada y plata, la danesa, y luego apareció el de la polaca, quedando en principio la española cuarta.
Mi pupitre de prensa se encontraba justo al lado del de un polaco, y con el tremendo final de Teresa Portela no pude resistir a gritar un clásico "vamos" esperanzado en la medalla, nada histriónico, más bien contenido, pero un "vamos" al fin y al cabo. El colega polaco me miró con desgana, creo que él y yo sabíamos que Teresa había cogido medalla seguro y que la polaca tenía las de perder. Pero el marcador marcó el tiempo de Marta Walczykiwicz como el tercero mejor, y ahí se tomó su 'venganza'. Un grito de celebración y felicitación por su compatriota. Pero la historia tendría un nuevo giro de tuerca. Las finales de piragua no suelen ser de 9 calles, como el de esta final olímpica de K1 200, sino de 8. Pues bien, Teresa iba por la que sería calle 9, cuyos medidores de datos, paladas, etc, fallaron durante toda la final. La falta de costumbre de sacar datos en esa calle. Pero cuando la medición final de la meta apareció, todo dio un vuelco. La nueva clasificación situaba a Teresa segunda en la carrera, con su tiempo de 38.883. La danesa era tercera y la polaca, cuarta.
El que suscribe dio una palma, también espontánea, al conocer esa plata que llegaba y porque la cuarta posición habría sido demasiado cruel para Teresa Portela. Una plata era el premio a su carrera. El polaco, en este caso, me miró con cara desconfiada y de pocos amigos, y se preguntaba qué había pasado y por qué la medalla de bronce de su país se había convertido en diploma.
La tensión no pasó de esas miradas, los gritos y la palma tímida. Con un "bye" zanjé la cuestión al pasar por su puesto al marcharme buscando a la confirmada plata olímpica.