"Lo que no vieron nuestros abuelos lo verán nuestros hijos"

Mientras el Málaga aleccionaba a Europa con el excelso fútbol que posee, las gradas de La Rosaleda ofrecieron un espectáculo por momentos superior al que se vio en el césped. El estadio blanquiazul, casi lleno, engalanado para la ocasión con los motivos y la liturgia que confieren a esta competición un aura tan especial, vibró como nunca con un encuentro que quedará grabado en el imaginario del malaguismo. La Rosaleda demostró de principio a fin que es de Champions, ocurra lo que ocurra en Grecia.

Tras el sonoro recibimiento al conjunto de Manuel Pellegrini, el primer momento cumbre tuvo lugar cuando ambos equipos saltaron al césped y se activaron los megáfonos de La Rosaleda. Entonces sonó. El himno de la Champions, el soñado por tantas generaciones de malaguistas, inundó Martiricos desde los cimientos al cielo. Nunca tantos nudos se subieron a las gargantas de los presentes, nunca tantas imágenes aparecieron en la mente de aquellos hinchas acostumbrados al sufrimiento de épocas pretéritas. En el centro del campo ondeaba la famosa lona con el logo de estrellas. Los flashes iluminaban las gradas.
La Rosalesa coloreó los instantes previos con un emocionante tifo en la zona del Frente Bokerón. "Lo que no vieron nuestros abuelos lo verán nuestros hijos", rezaba. En la 'Curva' de los Malakas se colgó otra con una advertencia: "This is Málaga". La neblina que cubrió Málaga durante el día hizo acto de presencia el estadio. Los marcadores también sufrieron un lavado de cara. Para mejor. Ofrecieron la espera de los futbolistas en la bocana de vestuarios, su salida al césped y las mejores acciones al descanso. Máximo nivel.
La afición dio buena cuenta de cómo se anima y jalea a un equipo de fútbol tras el pitido inicial del francés Tony Chapron. Si había récords de decibelios en Martiricos, estos reventaron durante el partido. Y eso que había varias decenas de asientos vacíos en Fondo. En los últimos años nunca en las gradas se vivió un encuentro con tal grado de intensidad. Fue de época la pitada que se llevó el Panathinaikos poco antes del descanso en uno de sus ataques hacia la meta de Willy. Poca réplica podían dar las pocos aficionados helenos desplazados.
Por supuesto, se cayó La Rosaleda con el gol de Demichelis. Escribe el argentino su nombre en la historia blanquiazul el primer goleador en la máxima competición continental. Gran premio a un verano para olvidar. Las gradas tiraron de garganta en los cambios de Maresca y Fabrice. Curioso ambos casos: el primero, muy criticado meses anteriores, fue ovacionado hasta el extremo; el segundo sintió por vez primera cómo el feudo malaguista coreó su nombre.
Martiricos acabó su primer encuentro de Champions botando y haciendo la ola. Prácticamente toda la grada se puso en pie. Poco importó que el Panathinaikos cercara la meta de Willy y estuviera a punto de recortar distancias. La afición siguió animando y protestando alguna que otra dudosa de Chapron. El colegiado pitó. El último rugido. Y el éxtasis. Los futbolistas se fueron al centro del campo a agredecer el apoyo y el aliento recibidos; Pellegrini, por su parte, los saludó uno a uno.
El templo blanquiazul se estrenó en la élite continental y también varios futbolistas otrora acostumbrados a pelear por objetivos menos golosos. Willy Caballero, Jesús Gámez, Weligton, Eliseu, Fabrice y Buonanotte saldaron su estreno por la puerta grande. Como La Rosaleda. Europa ya toma nota ante lo que viene.