La Platea de Juanma G. Anes
Debería plantearse de forma oficial asentar urgentemente, a apenas de las dependencias de este diario, la sede oficial de los Avinagrados del Mundo. Cada día que pasa soy más fan de estos artistas: auténticos hijos del vinagre que lloran si ven que el cielo es azul implorando la lluvia pero que tardan menos que Belén Esteban en pegarle una patada al diccionario en maldecir las tormentas cuando éstas aparecen. Seres increíblemente únicos.
Ni tras haber jugado bien el domingo, ni por haber enlazado al fin tres victorias seguidas, ni con 40 puntos en la saca, ni teniendo muy cerquita luchar por el ascenso: nada, que no sueltan ni una sonrisa. No tienen término medio; su forma de vida es criticar una cosa y su contraria, que para eso han nacido. Que todo puede ser mejor es evidente, pero que siempre lo vean todo más negro que el carbón… no me lo explico. Ellos, a piñón fijo: si se juega al patadón se fustigan y ponen velas a su semidiós Guardiola; si predomina el toque, se inmolan cual Clemente con Julio Salinas en aquellos terroríficos años; si se llena el estadio es que sobra la mitad de los que van, simples ‘oportunistas’ y ‘recreativistas de Primera’; si sólo van 5.000 almas, claman al cielo por las otras 15.000 que faltan; si el mister porta un chándal es que es un simple ‘cani’ sin estilo; si otro viste de Armani, se convierte en un figurín déspota y engreído; si no hay canteranos sobre el verde es porque el que manda no quiere a Huelva; cuando estos aparecen, el grito unánime es que los de casa no sirven ni para hacer puñetas, que nos llevarán irremediablemente al abismo, vaya.
Puedo entender la crítica, cierto pesimismo histórico y hasta la desesperación puntual, pero no concibo una pelea continua contra el mundo. De lo que no puedo dejar de reírme es de esos golpecitos en el pecho que se dan algunos para demostrar no sé qué supuestamente inigualable y ejemplar cariño. Ya hay que estar aburrido para vivir siempre así, pero allá cada uno con el vinagre que lleva en sus venas, claro.