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El milagro de Navas
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El milagro de Navas

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Cuando uno veía a Jesús Navas dar sus primeros brincos, saltos y carreras por los campos de la ciudad deportiva del Sevilla creía de primeras estar presente ante un milagro.

El de presenciar cómo una camiseta, una sudadera y unas calzonas cobraban vida por sí mismas y se movían a la velocidad del rayo, siempre cadentes a la banda derecha de cada uno de los terrenos de juego. Luego, cuando el cerebro asumía esa rapidez de movimientos, cuando el ojo acostumbraba su seguimiento a los giros de aquellas prendas percibía ya un enjuto cuerpo de ¿futbolista? que las llevaba de un lado para otro siempre cerca de la pelota.
Entonces era cuando, en realidad, se constataba el milagro apócrifo, el presencial, el de un niño con cara de niño que se convertía en futbolista sobre el césped y que, con menos kilos, con menos peso, con menos estatura enloquecía al que se le cruzara por delante con giros y movimientos de diabillo que compensaban su cara angelical.
No van estas líneas a la persona, que por referencias está llena de bondad y de la sencillez, con sus luces y sus sombras (a veces agobiantes, cerradas y afortunadamente olvidadas), que otorgan esa cal blanca y las casitas amontonadas. Ya serán sus amigos, familiares y enemigos, si los tuviere, que lo dudo, los que con autoridad hablen de su personalidad.
Van estas líneas dirigidas al futbolista. Al Futbolista. Con mayúscula. No se me ocurre ejemplificarlo mejor. Jesús Navas González ha sido, ante todo, Futbolista. De los buenos, de los históricos, de los simbólicos. Y en realidad, en la cercanía nada hace presagiar su inmensidad deportiva. Pasa desapercibida, como su cuerpo de niño en sudaderas que parecían confeccionadas en el segundo viaje de Gulliver. Y sin embargo el niño Jesús es inmenso. Los deportistas deben brillar en deportes, y los futbolistas, en fútbol, y en el terreno de juego el niño Jesús se hace gigante. Una y otra vez la pelota pegada a sí mismo, una y otra vez avanzando y una y otra ver percutiendo, hasta el último minuto, con la honestidad del Futbolista de verdad, del que rinde. Del que deja aditivos perjudiciales e innecesarios de una millonaria vida presentada a sus pies; del que casi da rubor escuchar porque su lenguaje tiene dos botas y un balón; del que incluso para marcharse se expresa con bondad y sin estridencias; del que lo ha ganado casi todo y en cada partido reproduce la ilusión de aquellos primeros entrenamientos en la ciudad deportiva, cuando el milagro tomaba forma.
Jesús Navas es Futbolista, de los que quieren todos los equipos, de los que quieren todos los aficionados, de los que quieren todos los compañeros y de los que quieren todos los entrenadores. Por eso todos lo cuidan, lo miman y todos confían en él. Y ha tenido la suerte el Sevilla FC de que Jesús Navas sea sevillista, y Navas de que el Sevilla lo captara.
El fútbol, el club, los millones desaprovechados, los que vendrán... ¡qué sé yo! El caso es que Jesús Navas se marcha del y de Sevilla y deja un vacío. Porque se nos va un Futbolista, con mayúsculas. Y ya no se sabe cuándo se volverán a ver prendas que cobren vida por la carretera de Utrera. Esos milagros no se presencian todos los días.
 

  aramirez@eldesmarque.com

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