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La mala cabeza

La Platea de Juanma G. Anes
Huelva Información

Hace apenas unas semanas volvió a salir a la luz un informe que aparece y desaparece periódicamente, como por arte de magia, en el que se volvía a alertar de los peligros que supone para los futboleros el dar repetidamente de cabeza a un balón. No es ninguna broma: el estudio habla de posibles graves lesiones cerebrales como consecuencia del continuo cabeceo y, curiosamente, cifra en 1.000 (¿?) los remates anuales que jamás se deben superar para no sufrir secuelas.
Haciendo caso a esta exposición médico-científica (no seré yo quien la ponga en duda, faltaría más), es evidente que alguno ha sobrepasado en demasía el límite, que excedió los mil toques con la testa… y eso explica muchas cosas. Me dicen que Blatter de la Calzada es uno de ellos, aunque me cuesta imaginarme a este hombre saltando a lo Zamorano y girando el cuello para rematar (para mirar a otro lado en asuntos vergonzosos del fútbol mundial claro que me lo puedo imaginar). Y deduzco que otro de los que se creía Santillana de pequeñito, y ahora pagamos las consecuencias de tanta falta de ideas en su cerebro, es aquel que permite que tipos como Muñiz Fernández sigan aún dedicándose a algo para lo que no está desde hace tiempo, pero visto cómo está montado el cortijo arbitral del balompié nacional, nada nuevo bajo el Sol. 
El que sigue poniendo los horarios de los partidos en días y horas infames, los que dan cabida en los medios a pelotas y mamporreros que más que periodistas son payasos de circo –y perdón a los payasos y al mundo circense por tal comparación-, los presidentes de Primera con campos vacíos que quieren construir estadios más grandes, los dirigentes que se aferran a un sillón pese a haber arruinado a un club, aquellos que siguen en la poltrona tras haber sido condenados por la justicia por robar dinero público… Maldito balón: el daño que ha hecho el rematarlo con la mollera es ciertamente irreparable. Más vale que alguno hubiera querido ser Corbalán y no el mítico Marcelino en su infancia. La de tranquilidad que hubiéramos ganado.

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