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Luis, la grada y la memoria

La Platea de Juanma G. Anes
(Huelva Información)

Hay días en los que rellenar esta Platea es más complicado que caer en fuera de juego en un futbolín. Con todo lo que hay para analizar sería delito no dedicar al menos unas líneas a Luis Aragonés, mito atlético y leyenda del fútbol español. Más allá de su vida y obra, glosada a la perfección por cientos de compañeros, me quedo con los terribles palos que le dimos (sí, todos) cuando faltó a su palabra de dejar la Selección si fracasaba en el Mundial de Alemania para que después el destino, su sapiencia o lo que fuera, nos pegara la mejor patada en la boca que hayamos podido recibir jamás con esa semilla de lo que ya es una España inolvidable.
 
Pero tampoco se puede pasar por alto el emotivo plante de los jugadores del Racing, hartos de mafiosos, ni olvidar el calor de los suyos ante la Real Sociedad ni el pasado domingo casi llenando El Sardinero. A los jóvenes y a los de memoria distraída recordaremos que algo muy parecido ocurrió en Huelva con esta, para muchos, ‘apática afición’, cuando de la parálisis general se pasó a ver el Viejo Colombino repleto -con especial recuerdo a ese partido ante el Jaén- que supuso el impulso definitivo para dejar de mirar a Tercera División y a la inevitable desaparición. Otras ciudades y otros clubes cayeron -Málaga, Burgos, Salamanca…- pero el Recre, milagrosamente, sigue vivo, aunque a algunos les duela.
 
Y aún falta por hablar de aquello de dejar ir a un portero sin tener al otro cerrado, del enésimo desencuentro Sergi-Colombino y de rendirnos (otra vez) a esa Grada de Animación a la que ahora todo el mundo aplaude (¡como para no!) pero que fue negada durante años por mentes ‘muy inteligentes’. Pero este rincón no puede terminar sin hablar del partidazo de Jesús Vázquez, de su placaje y de su cara de felicidad tras el gol de Vega ni de esos jugadores mimetizados con sus seguidores al final del encuentro. Que sí, que el fútbol debe estar más cerca de los aficionados de los que algunos creen y quieren hacer creer. Y los cuentos, para los cuentistas, gracias.

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