Cita: "Cuanta belleza puede caber en una sola excursión" "El monte más bello de La Rioja". Se dice. Y no es flor de un día, el piropo de una montañera que se quedó prendada de la altura al mismo tiempo que lo hacía del compañero con el que había partido las fatigas de la última y acusada pendiente que te deja de manera vertical y recta junto al mojón, el buzón y otro hito que no se acertó a definir en el momento por un exceso de adrenalina que exageraba las emociones en grado sumo...
"Mágico", también se dijo. Un día reparé en la foto de mi libro de cabecera y lo vi todo nevado, así la cima como el barranco y los aledaños altivos que la custodian. Quería. No veía el momento. Hasta que Iker me abrió los ojos, o quizás fuera yo el que a él se los abriera. Los ojos y la puerta de su coche: sin vehículo, no hay paraíso... Lo peor que tiene la empresa es esa retorcida y diabólica carretera que hay que salvar para llegar a Brieva de Cameros viniendo por donde su GPS le indica, le ordena. Aparece el caserío. Brieva suena a abrevadero. Abrevadero nos lleva al agua. Pero no a esas pozas artificiales donde sacian su sed las bestezuelas, sino al curso de un río que baja manso, no en vano acaba de nacer hace, exactamente, 900 metros, río Brieva, senda arriba, caen las aguas, remontan el delicioso barranco estos dos jarrilleros que, ya de salida, han apostado fuerte, No veremos a nadie en nuestro viaje, Veremos a una pareja, ella y él... La vereda es criatura y ya se abarranca como vía pirenaica en busca de su tresmil. Yerba. Suelo rocoso. Paredes altivas que se vencen a ambos lados como el abanico del parque natural de la sierra de Castril. Qué maravilla de comienzo. Que inició tan colosal. Soberbio. Fascinante. Pero apacible al mismo tiempo. La naturaleza se modela a sí misma para que el caminante se sienta como en su casa, siendo hogar para el montañero la naturaleza misma: en la urbe, el horror, tres hombres a grito pelado en un bar corrompen el orden universal... Pantalón corto pero exagerado. Su cuerpo escueto. Su pose brillante. Como el sol que 'sopla'. 28 grados...y subiendo... Senda deliciosa. Marcada como en balcón que alisa una muy leve ladera. Verde suave y delicado donde crece alguna piedra. Dos arbolitos que se asocian para sumar sus sombras. Algo de gris claro como antesala de un horizonte que se nos esconde. Avanza el caminante. Ofreciéndole la espalda a la pantalla de un teléfono móvil que se la retrata en fotografía. Siempre que aparece uno es que hay un segundo, que empezó más fuerte que el primero, pero que fue relegado en clara obediencia a la orden del más viejo, o veterano... Rodeado de Lomas. En el centro de un circo de suelo que jamás fue de nieves, glaciar, de 'glace', de helado, de frío, que no de manto blanco que fue horadando con el peso y la fuerza de su lento progresar. Le faltaría, además, el marron, poco, escaso, verdes montoneras que enseñan sus dientes de roca, fauces amables, bocas que reclaman su encendido parentesco con la sierra de Aralar, a ella me recuerda este escenario, a los pies, ya, de un Cabezo que se muestra esquivo a los ojos, de un Santo que, por ir contra corriente, no se quisiera dejar besar: "Llegar y besar el Santo"... Es un refugio, empero, lo que con más evidencia se nos muestra. Hacia el vamos. Hacia la casa de los montañeros que, bien por fatiga, bien por prudencia, bien porque la noche se les echó encima pillándolos debajo, sortean la laberíntica entrada de maderos bien pulidos, una suerte de engaño para evitar la tentación de los animales de querer ser por un momento humanos y pretender yacer donde lo hacen las personas... Una cama de muelles recogidos. Dos colchones verticales que dan pena. Hay un fuego como de hogar. Confórmese uno con las famosas cuatro paredes que lo salvan de los fríos y los vientos, de la terrible oscuridad, de la desorientación, del desaliento. Dormir. Mañana será otro día. La luz, que todo lo cura... No era hacia la derecha. El GPS engaño al chico del Derby. Era todo cuesta arriba. Recto. Nada de ziz zags. Ni de 'ese eses'. Que nadie pueda decir de nosotros, Helos ahí, un par de borrachos que no consiguieron dormir la mona lo suficiente... Nadie lo dirá. Nadie lo dice. La makila se hunde a cada paso. Ladera lisa. Honesta. Sin trampas. La pendiente es acusada. Pero nadie puede decir que sea la última. Pues no se atisba cima. Es negar...y salir la naturaleza en defensa de lo suyo... Una línea en curva como dando sentido al cono de un volcán Es la piedra, entones, ora en montonera, ora compartiendo matojos con dos mochilas que parecieran dos gatos panza arriba defendiéndose del hermoso sol, fiel compañero de este mediodía que nos regala la impresionante soledad de este 'Cabezo', de este 'Santo Buzón' alzado hasta la altura de mi codo. Palo cilíndrico y de metal. Rodilla izquierda apoyada sobre la cima. Santificados sean los jueves. Jueves Santo. Jueves del Cabezo. Monte que se convierte en el centro de un Universo que nos atrajo más allá que por esa fuerza gravitatoria. Hay algo más allá. Algo que está dentro de nosotros y nos arrastra, magnéticos cuerpos atraídos por este iman. Centro de la Tierra a cuyo alrededor no se divisa otro vestigio que no sea el fruto de lo parido por la madre naturaleza. Nadie (aquella pareja que yo 'clave'...pero me olvide de la 'carabina' que llevaba). Nada. Montes ondulados...Riscos. Amagos de farallones. La promesa de un barranco que habremos de evitar cuando nos llegue la hora del regreso. El momento. El instante... Pero antes, el momento supremo de esta expedición. Iker no es amigo de las fotos en las que uno le pide su vivificante compañía. Si San Pedro exigió a sus verdugos ser crucificado boca abajo por no equipararse a su maestro ni a la hora de su martirio, y San Andrés se pidió que lo asesinaran en aspa, Iker quiere ser portada de este pequeño libro de viajes posando en la cima del Cabezo del Santo dándonos la espalda, y la cara a lo profundo. En lo más alto de su mojon de piedras. Ya se elevó. Ya clavó sus bastones en la piedra de manera asimétrica. Una mochila a la espalda. El pie izquierdo, por delante. Como amagando un paso al frente que no dará. De espaldas esta. Mirando hacia un horizonte en el que se dibuja una línea de montes. Una cordillera. Anónima. Como anónimo será el cuando esta hermosa fotografía sea portada del libro en el que se relate esta, como el calificó, "IMPRESIONANTE" ascensión a este monte IMPRESIONANTE, vista IMPRESIONANTE, imagen IMPRESIONANTE. Y al que no le impresione, la persona que mire y no se regodee en sus adentros, es que no merece ser parte, componente, elemento humano de este rincón de un Cameros que desconocíamos... Se nos prometió lo sublime, lo mágico, y es pura magia la que nos envuelve cuando ' boteamos' el barranco de Morcarizas abajo (el barranco de Brieva ascendimos a la ida), hierba oscura, pasto claro. Tres estampas para el recuerdo. Tres árboles aislados, como adrede colocados para que los caballos que a buen árbol se arriman buena sombra les proteja. Para que otro tanto suceda con las vacas, y con las ovejas. Caballos hermosos. Vacas preciosas. Ovejas como ninguna, 'animalada' que no echa en falta a ningún componente porque ninguna se apartó del rebaño y, por tanto, ninguna se perdió. Que nadie salga a la búsqueda. Aprieta el sol. Las bestias se acobardan. Los humanos, no nos queda otra, debemos ir rebajando el porcentaje de la pendiente hasta alcanzar el caserío de Brieva de Cameros, un pueblo hermosisimo, a la altura de un monte sublime que nos ha cautivado. Ya no es ni será el Cabezo del Santo. Porque fue llegar Iker y yo a sus dominios y maravillarnos. Fue alzarnos a su cima y besarlo. Besar el Santo. Del Santo, su Cabeza. El Cabezo del Santo. Id y contadlo. Vete y cuéntalo. Que yo, que lo pretendía, a la hora de la verdad... me he quedado sin palabras. La verdad quiere cetro. Y el Cabezo del Santo, ¡poesía!
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi'. Futbolista, periodista, montañero, pero sobre todo escritor: cuentos, relatos, cronicas, artículos radiofónicos, literatura de viajes.