(“Imaginando palabras”. Cuaderno de Viajes). “REGRESO A LA ESCRITURA” (Tercera parte).
Quedarse paralizado por el gas de la nostalgia no es bueno. Por eso el hombre, junto a ella, se echa a andar luego de haber sacado sus manos de los bolsillos, manos libres, al viento, imprescindibles para guardar el equilibrio, es especial ahora que ha llegado el momento de vadear el río, o tal vez no, quizás su intención fue llegarse hasta la mitad de la corriente donde una piedra como isla emerge y sentarse en ella, y mirarla, sin saber nunca que la cara que pone es la acertada, posar siempre, es su modelo, oh, Dios, esas negras gualdinegras cuánta emoción envuelven, el jersey que se recoge como queriendo acercarse al codo, creció el ser, se achicó la prenda, es el tiempo que todo lo desencaja, no pensemos en él ahora que no es cosa de ponerse tristes, aunque triste es mirada, hay cosas que no se pueden disimular ni con el mayor fingimiento.
Centrándonos en impresiones aparentes, digamos que las aguas de este río son, por poco profundas y cristalinas, como las que me gustan a mí. En su cauce de cantos es el fondo, y en las orillas las piedras se hacen gigantes. En las riberas árboles muy verdes se agachan en reverencia a los que tienen enfrente, creando con su gesto una sombra; el sol, entonces, palidece por falta de un camino para sus rayos. En medio de esta fuente de vida, no lo olvidemos, dejamos a un hombre que ha fundido sus dos manos para crear una sola, como en oración. Mujer, en tus manos encomiendo mi espíritu... Y la mujer, entonces, oído y escuchado el ruego, se levanta de la tierra, se eleva, levita durante unos segundos y después asciende..., pero no hacia los cielos, todavía no es su hora, se detiene cuando vuela sobre la cumbre de un cueto, cueto, sí, con esta palabra se les llama aquí a un determinado tipo de montañas, se detiene y, cual copo de nieve, lentamente se deja caer sobre la hierba hasta cuajar, he ahí el cuadro, parece un ángel de visita, blanca vestimenta que contrasta con el verde terrenal, un verde ensombrecido bien porque la tarde cae o porque las oscuras nubes se anticipan a la noche.
Ella es, podría decirse, la maja vestida, resucitó Goya, se estaba muerto, se acercó, si es que vivía, y con su paleta sobre este lienzo pintó lo que en esencia es la vida, la vida a mi parecer, todo es subjetivo y se entiende que así sea, Marcos, Lucas, Mateo y Juan escribieron los evangelios según su parecer y tienen un público feliz que los aplaude, y eso yo no lo pido, no quiero que se me jalee, nada más que se me lea lo ´imaginado`, que es la vida, o lo que es lo mismo, la tierra es, a aquellas horas de aquel día, como la mano de Dios que se posa encorvada, creemos que son cordilleras alineadas, pero no, son nudillos, falanges y falangetas, y venas y venillas, y capilares, y entre dedo y dedo surge un espacio para creer que es verdad aquello del valle que el profeta, o el que fuera, dijo un día, y no sólo uno, un solo valle, son muchos, y todos ellos húmedos porque por su mitad son recorridos por esas lágrimas que del cielo caen cíclicamente, ríos, ríos por doquier, aunque aquí con dos de ellos la lista se acabe, Saja, Nansa, los demás pueden ya retirarse, pero ella, no, que no se mueva, que sea el tiempo el que obre, que se funda en el paisaje hasta disiparse, ya es nube, lo ven, la más blanca de todas, la que parece algodón, la nube que siempre aparece en un cielo despejado, la nube de la que nunca hay que temer… Temo yo, sin embargo, el paso del tiempo, y no por aquello a lo que nos aboca, que es bien temido, sino por ese tortuoso goteo que son los segundos que pasan, los minutos, las horas, los días, en fin, el calendario dichoso ese que es como árbol del que las hojas caen en toda estación, y no sólo en el Otoño, qué tipo de vida somos que nos vamos tan deprisa, quién nos deshoja que no descansa, quién es, ese que no duerme ni de noche ni de día, tic-tac, el reloj, taupa-taupa, el corazón, y los pulmones que se inflaman y se desinflan, y el oído siempre alerta, y la piel sensible, y la boca seca, y la sed, y el hambre, qué ajetreo, qué trama, qué sentido tiene todo, quién maquina, quién programa quién me obliga a escribir, quién…
Ella no quiere, yo, sí, por eso me roba el pañuelo y se lo anuda alrededor de su delicado cuello, el pañuelo rojiblanco, uno de los dos, el que una vez se me dio y ninguna lo he perdido, no como el otro, que viene y va, que va y viene, sin dejar, por fortuna, de ser siempre el mismo, aunque siempre distinto, como el río…
“Cubrir todos los espacios, los ríos caudalosos y risueños: llenarlos de oficinas y archivos, cubrir todos los sueños. ¿Puertas a los sueños! Porque en ellos es donde crecen las plantas más salvajes” Jesús Lizano
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi', exfutbolista, mendizale y periodista