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Viaje al centro de la Sierra de la Demanda (Cap. 2)

Kuitxi

ESKAINTZA: A Martín,  el ´profeta de la Tercera´, hombre culto que tanto sabe de futbol... como de ´Dehesas´.

Qué densa, qué rica, qué bella es la Sierra de la Demanda en su zona central. Parece que, a pesar de la hermosura de sus flancos, la verdadera virtud anidara en estos árboles, aquí, en el centro, o mitad, camino de Haedillo, laguna y pico, la primera a los pies del segundo, su más fiel servidora. Héla ahí, ya, casi, cerca, una lengua de agua, cual fiordo, nos viene a avisar de que las verdaderas aguas están muy próximas. Y por su cercanía, tal es la alegría del hombre que, éste, se agacha para agradecer, mostrando el libro, la ayuda que el escritor de la ruta (Enrique del Rivero, quién, si no) les prestó.
  Enseña también, el caminante, una bolsa donde reposan las setas que a la ida fueron recogiendo. Se inflará el plástico un poco más al regreso, pero eso será después, luego de esta laguna que, en vez de agua, parece que fuera de hierbas, todo son flores y plantas, le faltan, a esta laguna, algunos árboles, y diríamos de ella, entonces,  que no es laguna, sino bosque, mar por el que si dios caminara, no cabría hablar de milagro, sino de  hecho natural, tal es la densidad del follaje, o es la toma, casi al mismo nivel de la laguna, que engaña, y nos hace ver verde donde todo es claro y cristalino.  Sea como fuere, el fenómeno de la laguna en este día se puede calificar de paranormal, más allá de lo cotidiano, de ese día a día en el que ella siente temor cuando la tierra se empina, cuando, amenazante, aparece la roca. Hoy, como en el ayer de nuestras vidas no sucedió, ella no está presa de temores, y por eso camina alegre ascendiendo el pico, montaña o monte que comparte nombre con la laguna. Tan serena va, que esconde sus manos detrás de su cintura, para demostrarnos que, sin la ayuda de la balanza de sus brazos, en terrenos como éste es capaz de mantener el equilibrio sin dar muestras de pánico, ni siquiera de miedo, ni de alerta, ni de respeto.
  Se la ve feliz. Todo lo feliz, al menos, que una persona puede ser en este valle de lágrimas llamado, en esta ocasión, Valdelaguna, de ´huertas´ y ´tolbaños´, y de una preciosa laguna llamada Haedillo, la que, poco a poco, se deja ver a medida que el hombre va ascendiendo la montaña, feudo de salamandras y ranas, los peces lo tienen difícil, necesitan más espacio para poder nadar con sus aletas angelicales...  Y en la cumbre, la piedra, tanto horizontal, la que la naturaleza puso, como vertical, la que el ser humano colocó. En los resquicios crecen hierbajos y matorrales, nada, en cambio, en la cima total, absoluta, en la roca donde se asienta el cilíndrico monolito sobre cuya superficie el hombre posa la mano y su antebrazo. Más allá, si siguiéramos avanzando, hacia el sur, una niebla muy densa nos sugiere una camino de ensueño que, de tomarlo, daría con nuestros vivos huesos en otras lagunas, las de Neila, y en otros montes, leáse Campiña, escríbase Muñalba.
Por tener un gesto de valentía con la naturaleza generosa, avanzo en dirección sur unas decenas de metros por sentir ese placer que produce caminar  a oscuras por lo más recóndito y misterioso de la Sierra, allá en su mitad, o en su centro, que tanto monta, monta tanto, lo que equidista de dos lados como lo que pilla tan a mano de los unos como de los otros...
  Laguna de Haedillo, ahora que estamos a punto de abandonarte, quiero que sepas que la visita que te hicimos,  por lo corta que fue,  nos supo  a poco. Y no me vale que otra lagunilla como propina nos fuera regalada, detrás de ella, impermeable amarillo, paraguas morado, habrá de pisar unas cuantas rocas antes de regresar al camino boscoso, senda ideal, yo diría que inmejorable, o sea, perfecta, vereda en descenso donde las piedras que emergen son las escaleras por las que nos llega la mujer de trenca amarilla y forro polar verde, ese que comprara en el balnerio de Boí y hoy le ha dado por lucir.   Y ha acertado con el color, porque el verde domina, extenso, ancho, excelso, una majada en toda regla, quizás la primera de esta expedición pero privada de animales, dónde estarán, por ahí,  a lo suyo, no, pues ´lo suyo´ es comer, y aquí el pasto es profuso y apetecible. Digamos que las vacas, como se dice de los reyes, se han retirado a sus aposentos, la cuadra de madera, el redil de piedra, la cerca alambrada.
Ella está, pues, sola, en su campa ´de las delicias´, feudo de su Otoño, que a gusto se pondrá, de un momento a otro, en movimiento para pisar el suelo mullido que tanto placer le da a sus sentidos, sobre todo al del tacto, sus pies que se regodean dentro de sus botitas de montañera valiente.
  Comidos ya, y corto el viaje, no queremos que la tarde se convierta en una larga espera hacia la noche. Así que, no cortos, no perezosos, decidimos encaminarnos hacia Huerta de Arriba, pueblo que nos pilla al otro lado de lo que se puede llamar loma, o montículo, para merecer el nombre de monte, pico o montaña es requisito imprescindible hacer otros merecimientos, por ejemplo la crudeza, y aquí todo es suave, dulce, una subidita y, allí, desde lo alto, Huerta de Arriba.   Al llegar al pueblo, buscamos, cómo no hacerlo, la casa en la que nos fue ´negado´ el alojamiento, y no por repudio, sino por estar todo cubierto, diez habitaciones, veintiún  plazas. El motivo del, como se dice, ´overbooking´, es que estamos en temporada de setas, y a setas viene la gente, y no ´a rolex´. Y para muestra, la lonja donde una prima de Martín se dedica, previo pesaje, a comprar los cestos de este rico manjar que nunerosas personas le han ido durante el día robando a la tierra.  Nosotros también hemos formado parte de esa cuadrilla de ´ladrones´, mas el fruto de nuestro ´hurto´ no venderemos, ya que la intención de ´mi muchacha´ es preparar, con las setas recogidas, un riquísimo revuelto para degustar a la hora de la cena, cuando ya todo sea noche. Como muy pronto se dirá, su deseo de cocinar, si para ella era un gozo, a un pozo se caerá, porque nuestra ´casera´, en un hábil ejercicio de ´robo sin intimidación y consentido´ por la parte sufriente, le quitará de las manos a ´mi mujer´ la bolsa de setas a la manera en la que, a la puerta de una iglesia, a un tierno niño una partida de caramelos se le sustrae con el más burdo y simple de los engaños.
Total, que ella, ante el ofrecimiento de la dueña de la casa de canjear la materia cruda por una partida de setas con pimientos embotada y presta para el calentamiento y nada más, le da lo que, sobretodo, a mí tanto esfuerzo me costó.
  Soñaba con  un guiso delicioso por su parte...y habré de conformarme con un plato preparado al que no cabe escatimar elogios porque bien rico y sabroso estaba. Ahora bien, si la mujer, cuando revisó la bolsa que yo le mostré para que nos dijera si la materia era comestible, se quedó con ella con la excusa de ahorrarnos el trabajo de la freidura, es que un tesoro veía en nuestra captura.
Ella, con el canje, feliz; yo, por mi parte, con la mosca detrás de la oreja, no dije más, callé, más que nada por no echar leña a la fogata de un cambio que desprendía un tufillo de trampa. Antes de ese pasaje comercial, la foto de rigor delante de la iglesia del pueblo donde Martín, a veces, se pierde por sus dehesas con un amigo; y otra, otra fotografía, detrás del cartel que anuncia el pueblo, para aquellos que necesiten ver para creer, ´Tomases´ del siglo veintiúno que necesitan meter sus ojos en la llaga de la lengua de los pueblos...
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi', exfutbolista, mendizale, narrador de viajes y periodista

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